EL TEMA DE NUESTRAS NARRACIONES

O cómo escribir relatos con sustancia

eky2otrpxdw-mikhail-pavstyuk

¿Te has preguntado alguna vez de qué van tus relatos? No en general, me refiero, sino cada relato en concreto. ¿Has terminado de escribir y te has preguntado qué (demonios) querías decir con eso?

Sí, como te imaginas es una pregunta trampa.

Y tiene segunda parte.

Bien: supongamos que te has hecho esa pregunta. ¿Qué te has respondido? Piénsalo.

Si a la pregunta de qué quería hablar en mi relato, o de qué va mi relato, te has respondido con un resumen del argumento, de lo que pasa, tengo malas noticias para ti.

  1. O bien necesitas pensarlo un poquito más, y extraer el fondo, la esencia, a partir de eso que les pasa a tus personajes
  2. O bien, en el peor de los casos, no hay más cera que la que arde, y tu relato se limita a poner en movimiento a los personajes, a obligarles a actuar, a moverse, sin un objetivo de fondo, por así llamarlo.

Quizá suene un poco tonto decirlo, pero os aseguro que obedece a una necesidad observada empíricamente en muchos de los textos que caen en mis manos: toda narración debe tener un tema de fondo.

Un tema esbozado de antemano, en nuestra planificación. Lo que significa que hemos tomado la decisión de hablar/pensar sobre algo con nuestras historias. El tema de nuestras narraciones es lo que les da una corriente de significado interno que mantiene cohesionado el contenido, lo que nos facilita que todo resulte coherente.

No me refiero a que los textos tengan una moraleja, o moralina, o un objetivo adoctrinador, ni nada de eso. Me refiero, insisto, a que hablen de algo, a que exploren algún concepto más allá de que James Bond desmonte el tinglado de tráfico de armas del malo maloso de turno. El amor, la soledad, la vida, la envidia, la cólera y sus efectos, el miedo, la pérdida, las enfermedades venéreas… Se trata de dar una carga de profundidad, de contenido a nuestras historias, más allá de la pura acción.

El tema es ese regusto que se queda en el paladar después de leer la aventura. Es lo que nos mueve a reflexión y, con algo más de suerte, a emocionarnos.

Por supuesto, no es necesario ponerlo en palabras, ni por el narrador ni por los personajes. Es más, debería estar prohibido enunciar el tema de la historia en voz alta.

El tema es más bien como un faro: está ahí, para que lo pinte Hopper, en lo alto del acantilado. La luz que emite no nos vale para iluminar el camino que tenemos delante, no para evitar los tropiezos de la marcha. Su luz nos sirve para que sepamos que caminamos en la dirección adecuada, para ayudarnos a trazar el rumbo hasta nuestro destino, sin perdernos, ni alejarnos demasiado, ni estrellarnos contra las rocas.

Mantener en mente el tema del que queremos escribir evita que nuestros personajes se distraigan de sus conflictos y tomen derivas peligrosas.

Sí, ya sé: es súper guay cuando estamos escribiendo y un personaje sale por peteneras. Y demuestra que tiene vida propia, toma decisiones, se demarca de nuestros designios, y bla bla bla. Que nuestros personajes se pongan creativos, lo que pasa a menudo cuando escribimos, puede tanto aportar cosas buenas, como arruinar nuestras narraciones.

La pregunta que hay que ser capaz de hacerse cuando esto sucede es: ¿me aleja esta novedad del camino que había trazado? ¿Se sale del tema?

Si la respuesta es NO, y todo se mantiene dentro de la linea coherente, avanti!

Y si la respuesta es , mi recomendación es que anotes la idea en ese cuaderno que todo escritor debe tener a mano, pues puede ser un germen excelente para otra historia, y que continúes escribiendo tu novela.

Pero, a lo que iba: nuestros relatos deben hablar de algo, explorar algún concepto más o menos profundo; alguna idea que quizá, con suerte, pueda aportar algo al lector, más allá del puro entretenimiento, de la intriga, o de la emoción.

Espero explicarme bien: no se trata de que por obligación debas desarrollar una tesis doctoral, filosófico-existencial-judeomasónica-carpetovetónica en tus historias. No es eso.

Se trata de que tus relatos tengan más enjundia, que no sean algo parecido a esas conversaciones sobre el tiempo o sobre la crisis que mantenemos en los ascensores.

Créeme: si te lo digo es porque es dolorosamente frecuente encontrarse con textos que, en realidad, no hablan de nada. Y estos, my friend, no son más que una pérdida de tiempo, de recursos, etc. Y además nos dejan esta cara

y nos provocan arrugas y otros desastres.

Pues eso.

Corto y cambio.

¿Te ha gustado? Compártelo, porfa.