SÍNTOMAS DE HONESTIDAD. «Para español, pulse 2» de Sara Cordón

 

Cómo me gusta detectar síntomas de honestidad en los textos. Honestidad que no está reñida con esa capacidad, a mi juicio innata, que deben tener los buenos escritores para presentar con habilidad los hechos de la narración y manipular así —una manipulación noble— al lector. Una manipulación no ideológica, sino para conducirles a los puntos que ellos consideran cruciales de la narración, ya sea por imperativos argumentales, por necesidad expresiva o, en un mundo ideal, por las dos cosas a la vez. En Para español, pulse dos, la primera novela para adultos de Sara Cordón, se detectan síntomas de esto. Además de un amor a la literatura, a la escritura, que trasciende a las páginas, a la historia, incluso a las debilidades del texto, y una mirada amable sobre las personas, incluso sobre los personajes más oscuros del texto. Agudeza y compasión son ingredientes que, combinados, devuelven un poco la fe en la humanidad, en estos tiempos de egos individuales desatados y alimentados por el hambre de  los ‘me gusta’, en los que tan premiado está el desplante, la crítica feroz, la lupa sobre el defecto ajeno, cierto ‘feísmo’, etc, etc.

Ay, la predicadora que vive en mí se me escapa al patio en cuanto me descuido.

Para español… es una novela de autoficción en la que se cuenta la historia de Sara, una joven aspirante a escritora española, que consigue una beca de escritura creativa en español en la universidad de Nueva York. La novela se extiende durante los dos años que dura la beca. Ese es el argumento. Habla de cómo alguien se convierte en escritor.

¿Os habéis preguntado alguna vez cómo se reconoce el talento? Es una pregunta que, desde luego, requiere más reflexión que la rapidez con la que escribo esto. Por ejemplo, uno de los síntomas de talento literario consiste en la capacidad de partir desde el detalle concreto, desde la circunstancia particular e incluso doméstica, y lograr crear algo que sea universal, que haga eco en muchos.

No es tan sencillo hacer esto, como tampoco lo es emplear este género tan de moda de la autoficción y no caer en el egocentrismo, ni en el narcisismo: tratarlo como una herramienta de expresión, reírse de uno mismo al convertirse en elemento técnico, en pura función textual; incluir la fantasía de la realidad como elemento para enriquecer el contenido, lo que da una dimensión de juego que enriquece la experiencia de lectura.

O mejor todavía: que da chispa, morbillo, diversión a dicha lectura. (¿No os parece también a vosotros que el verbo enriquecer implica aburrimiento? Serán cosas mías).

Hay un detalle técnico que Sara Cordón escoge y que delata con claridad, en mi opinión, un cierto pudor en el uso del género, así como la clara intención de hacer literatura, por encima de mostrar su vida, o de ronear de beca ante los demás: la elección de un narrador omnisciente, en lugar de la acostumbrada primera persona de este género.

Ese narrador omnisciente le quita peso y responsabilidad a la «autora-protagonista»; juega con el lector, le da una de cal y otra de arena. Es autoficción, sí, se pasea por el borde de la realidad, pero ese narrador  que podría volar parece estar ahí para recordarnos que todo es ficción. Puede que incluso la realidad lo sea.

¿Que se pone la tirita antes del daño de los posibles críticos al decir que sus personajes son algo planos, que la protagonista se difumina un poco entre la masa? Cierto. Es hábil, conoce los puntos flacos. Quizá ninguna obra de arte tendría que carecer de ellos; quizá lo más interesante no sea la perfección, sino la capacidad para hacernos pensar, o sentir, o reaccionar.

He encontrado también una colección de ideas y maneras que me gustan: la sutil mala leche, la ironía amable. La medida con la que presenta incluso lo detestable de los personajes: que a veces basta con mostrarlo, y dejar que sea el lector quien ponga los calificativos (¡ay si muchos autores aprendieran esto!). Me gusta la victoria del tesón y que las apariencias engañen, en el personaje de Poncho y su desenlace.

También hace pensar la idea central de la novela: que para convertirte en escritor has de conseguir la aceptación del resto de escritores. La dimensión social o tribal de esta mítica actividad de solitarios. Ni un editor, ni premios literarios, ni un gran éxito de ventas: aceptación de los pares.

Hay aspectos que no me han gustado, claro, y considero noble mencionarlos: las escenas del fútbol, por más que sean metafóricas y que hablen de bastante más de lo que hablan, me han resultado excesivas, incluso en el humor.

Así pues: desenfado, ironía, prosa impecable. Momentos de ternura de una protagonista que parece extraviada toda la novela, como todos lo hemos estado alguna vez, o lo seguimos estando. Y se lee de un tirón: no porque prometa un gran desenlace, al modo best-seller, sino porque el periplo es divertido, interesa, es humano; porque habla de nosotros. Y porque habla de ella, de Sara, y nos permite recorrer con generosidad y honestidad (y es auténtica demostración) el camino por el cual un ser humano (ella, quizá) se convierte en escritor.