EL TEMA DE NUESTRAS NARRACIONES

O cómo escribir relatos con sustancia

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¿Te has preguntado alguna vez de qué van tus relatos? No en general, me refiero, sino cada relato en concreto. ¿Has terminado de escribir y te has preguntado qué (demonios) querías decir con eso?

Sí, como te imaginas es una pregunta trampa.

Y tiene segunda parte.

Bien: supongamos que te has hecho esa pregunta. ¿Qué te has respondido? Piénsalo.

Si a la pregunta de qué quería hablar en mi relato, o de qué va mi relato, te has respondido con un resumen del argumento, de lo que pasa, tengo malas noticias para ti.

  1. O bien necesitas pensarlo un poquito más, y extraer el fondo, la esencia, a partir de eso que les pasa a tus personajes
  2. O bien, en el peor de los casos, no hay más cera que la que arde, y tu relato se limita a poner en movimiento a los personajes, a obligarles a actuar, a moverse, sin un objetivo de fondo, por así llamarlo.

Quizá suene un poco tonto decirlo, pero os aseguro que obedece a una necesidad observada empíricamente en muchos de los textos que caen en mis manos: toda narración debe tener un tema de fondo.

Un tema esbozado de antemano, en nuestra planificación. Lo que significa que hemos tomado la decisión de hablar/pensar sobre algo con nuestras historias. El tema de nuestras narraciones es lo que les da una corriente de significado interno que mantiene cohesionado el contenido, lo que nos facilita que todo resulte coherente.

No me refiero a que los textos tengan una moraleja, o moralina, o un objetivo adoctrinador, ni nada de eso. Me refiero, insisto, a que hablen de algo, a que exploren algún concepto más allá de que James Bond desmonte el tinglado de tráfico de armas del malo maloso de turno. El amor, la soledad, la vida, la envidia, la cólera y sus efectos, el miedo, la pérdida, las enfermedades venéreas… Se trata de dar una carga de profundidad, de contenido a nuestras historias, más allá de la pura acción.

El tema es ese regusto que se queda en el paladar después de leer la aventura. Es lo que nos mueve a reflexión y, con algo más de suerte, a emocionarnos.

Por supuesto, no es necesario ponerlo en palabras, ni por el narrador ni por los personajes. Es más, debería estar prohibido enunciar el tema de la historia en voz alta.

El tema es más bien como un faro: está ahí, para que lo pinte Hopper, en lo alto del acantilado. La luz que emite no nos vale para iluminar el camino que tenemos delante, no para evitar los tropiezos de la marcha. Su luz nos sirve para que sepamos que caminamos en la dirección adecuada, para ayudarnos a trazar el rumbo hasta nuestro destino, sin perdernos, ni alejarnos demasiado, ni estrellarnos contra las rocas.

Mantener en mente el tema del que queremos escribir evita que nuestros personajes se distraigan de sus conflictos y tomen derivas peligrosas.

Sí, ya sé: es súper guay cuando estamos escribiendo y un personaje sale por peteneras. Y demuestra que tiene vida propia, toma decisiones, se demarca de nuestros designios, y bla bla bla. Que nuestros personajes se pongan creativos, lo que pasa a menudo cuando escribimos, puede tanto aportar cosas buenas, como arruinar nuestras narraciones.

La pregunta que hay que ser capaz de hacerse cuando esto sucede es: ¿me aleja esta novedad del camino que había trazado? ¿Se sale del tema?

Si la respuesta es NO, y todo se mantiene dentro de la linea coherente, avanti!

Y si la respuesta es , mi recomendación es que anotes la idea en ese cuaderno que todo escritor debe tener a mano, pues puede ser un germen excelente para otra historia, y que continúes escribiendo tu novela.

Pero, a lo que iba: nuestros relatos deben hablar de algo, explorar algún concepto más o menos profundo; alguna idea que quizá, con suerte, pueda aportar algo al lector, más allá del puro entretenimiento, de la intriga, o de la emoción.

Espero explicarme bien: no se trata de que por obligación debas desarrollar una tesis doctoral, filosófico-existencial-judeomasónica-carpetovetónica en tus historias. No es eso.

Se trata de que tus relatos tengan más enjundia, que no sean algo parecido a esas conversaciones sobre el tiempo o sobre la crisis que mantenemos en los ascensores.

Créeme: si te lo digo es porque es dolorosamente frecuente encontrarse con textos que, en realidad, no hablan de nada. Y estos, my friend, no son más que una pérdida de tiempo, de recursos, etc. Y además nos dejan esta cara

y nos provocan arrugas y otros desastres.

Pues eso.

Corto y cambio.

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ESCRIBIR UNA NOVELA: la planificación

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¿Qué pensabas? ¿Que uno se sienta, pone los dedos en marcha, y la novela sale sola, sin pensar? ¿Sí? Lamento ser la aguafiestas de turno, pero no creo que esto suceda con demasiada frecuencia, salvo a esos que dan asco. Y menos todavía cuando empezamos a escribir.

Cuando somos bisoños, y todavía no sabemos muy bien cómo va esto de montar una novela, trazar un diseño previo resulta imprescindible. Nos ayuda a ordenar las ideas, a delimitar lo que queremos que aparezca, a organizar los acontecimientos con coherencia para no meter la pata (con repeticiones, o con olvidos, por ejemplo). Además, nos ayuda a conocer mejor la historia y los personajes; a interiorizarla, para que luego brote más fluida la escritura. El fruto final de la planificación de la novela es el mapa de la misma: la sinopsis por capítulos. Esta nos ayuda a organizar el material narrativo por orden de presentación en la novela (que no tiene por qué ser el cronológico: hablaremos de ello). El resultado es una guía que resulta muy eficaz para que comprobemos el equilibrio global de nuestra novela, pero sobre todo, para que sepamos qué tenemos que escribir después.

Créeme: es muy desesperante terminar un capítulo, sentarte al día siguiente, lleno o llena de ilusión, con la música de Rocky en nuestra cabeza, y encontrarte a los diez minutos con que no tienes ni idea de por dónde seguir escribiendo. Otras veces lo que ocurre es que nos sentamos llenos de energía a escribir y lo que habíamos pensado que duraría un capítulo entero nos ocupa dos párrafos (también hablaremos de cómo espesar un argumento). ¿Y ahora qué? Teníamos la intuición de que, conforme escribiéramos, los personajes cobrarían vida y nos indicarían el camino, pero los muy ca***es no han dicho nada: esa magia de la que todos los escritores hablan no ha funcionado. ¿Pero no campaban por sus respetos los personajes y, poco menos, que decidían ellos qué pasaba? Entonces empieza la ronda de autopreguntas y los pensamientos flagelantes, del tipo: nunca serás un escritor; Pero ¿qué esperabas ……… —rellena con tu nombre—?, ¿que serías capaz?; Será mejor que aprenda a hacer punto, que al final al menos tendré un jersey…

También sucede que la conciencia se pone en marcha y nos recuerda todas esas actividades importantísimas, urgentísimas que es vital que hagamos antes que continuar con nuestra novela: limpiar los azulejos del cuarto de baño (incluso blanquear los intersticios); coserle el dobladillo al baby de la niña; empezar a leer el Ulises de Joyce, ¿cómo pretendo ser un escritor sin haberlo leído?; comprar un bolso nuevo o llamar a la abuela. ¿Te suena?

Superar el desaliento lleva más trabajo que sentarse a pensar sobre lo que queremos escribir. También es verdad que esto es un buen filtro para las verdaderas vocaciones. La selección natural actúa en este momento y es aquí cuando los escritores verdaderos tiran de cabezonería. Si son listos, en lugar de volver a darse testarazos contra la misma pared, dedicarán algo de tiempo a trazar, al menos, algunas líneas maestras para su historia.

Dibujar esa especie de mapa que es la sinopsis por capítulos, nos ofrece la posibilidad de recurrir a él en los momentos en los que la escritura se atasca, o se extravía por recovecos que hacen que perdamos el sentido y el objetivo de la narración. Te aseguro que cuando empezamos a escribir esos momentos pueden ser numerosos. A veces nos ponemos creativotes y creemos incluso que meter un extraterrestre en nuestra novela victoriana es un ejercicio experimental de p*** madre con el que pariremos un nuevo género. Este entusiasmo suele ceder pronto y la lucidez regresa. El peligro es que entonces, aburridos y exasperados, abandonemos la absurda idea, ¿en qué estaría yo pensando?, ¿escribir una p*** novela?

Cuando no tenemos experiencia en escribir novelas lo más lógico es que partamos de un plan previo, que hayamos pensado y anotado de qué vamos a hablar, qué necesitamos narrar, dónde y cuándo.

Seguro que has oído hablar de la distinción escritores de mapa o escritores de brújula. Los primeros son los que preparan de forma más o menos exhaustiva la planificación de la historia antes (y/o durante) de empezar la escritura. Los segundos son los que, a partir de una idea germinal (un personaje con un conflicto; una frase potente de comienzo; un desenlace…) tiran del hilo al mismo tiempo que escriben. La propia historia les orienta hacia el desenlace. Creo que solo se puede ser escritor de brújula y obtener buenos resultados cuando ya se tiene cierta experiencia o cuando somos de esos que dan asco.

Los demás mortales necesitamos tomar notas y sentarnos a pensar qué queremos contar y cómo lo vamos a hacer. En función de tu personalidad, de qué tipo de escritor seas, serás más o menos detallado con esta planificación. A veces el cuaderno que dedicamos a las notas de la planificación abulta más que la novela en sí. Otras veces tomamos esas notas, llenamos por completo ese cuaderno y no las volvemos a releer jamás. ¿Significa eso que hemos perdido el tiempo al diseñar? [button link=»http://www.youtube.com/watch?v=2ZubtDWbxeE» bg_color=»#2b6e9e» window=»yes»]Pincha para oir la respuesta[/button]

Al pensar y escribir esos pasos hemos conseguido conocer mejor la historia que late en nuestras cabezas. Se trata de eso. Al final, toda la información debe de estar bien asimilada en nuestros cerebritos para que la escritura surja fluida, de una pieza. Y para que seamos auténticos.

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