LO QUE RAFI QUIERA

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He visto este video de Elizabeth Gilbert varias veces. Cada vez me gusta más lo que dice y cómo lo dice. Así que hoy he decidido empezar a cuidarme y a delegar presión. Y ahí es donde entra Rafi.

Te presento a Rafi. Ha venido a ayudarme a mantener mi cordura. He decidido hacerle un hueco en mi hogar y permitirle que me acompañe, que se acostumbre a mí, el tiempo que quiera quedarse.

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Rafi es mi genio creativo. He decidido bautizar así a esa musa esquiva que me dicta las ideas al oído. Las buenas y las malas. Que a veces se presenta cuando nadie la llama ni puede atenderle; o hace caso omiso de mis llamadas si me siento frente al ordenador, con la intención de escribir la gran novela española de todos los tiempos y entrar en el [typography font=»MedievalSharp» size=»24″ size_format=»px» color=»#e60712″]CANON[/typography] con zapatos y todo.

Seguro que tú, si escribes con cierta frecuencia, también has experimentado ese momento de magia: estás concentrado delante del ordenador, los dedos se mueven rítmicamente. Sabes qué tienes que escribir; o mejor dicho, sabes adónde quieres llegar, aunque desconozcas cuáles van a ser las palabras exactas, la escena detallada, los movimientos concretos de los personajes. Sin embargo las palabras fluyen al ritmo preciso de las ideas, y pronto el tiempo ha fluido y el capítulo, o el relato, está terminado. La primera versión. A veces, al día siguiente o al otro, cuando repasamos lo escrito nos quedamos sorprendidos: ¿fumé algo que no recuerdo?, piensas, ¿esto lo he escrito yo?

file261287264187balloon-boy¿Recuerdas?

A mí me ha pasado varias veces: en concreto una, o ninguna.

Es broma

Mi conclusión ha sido una lección de humildad: la esencia de lo que escribimos reside en nuestro subconsciente.
Creo firmemente que un día la ciencia descubrirá cómo funciona, aunque no tengo claro que esto sirva para algo. (Mira a Freud). Seguiremos percibiendo cientos, miles, de estímulos al cabo del día gracias a nuestros potentes receptores sensitivos, y esa máquina de análisis, integración y almacenamiento que es nuestro cerebro seguirá conservando las que le dé la gana sin preguntarnos nuestra opinión, sin contar nada más que con Rafi, al parecer.
En esa primera etapa de la escritura, cuando las ideas fluyen, o cuando escribimos desde la página en blanco, es cuando lo que tenemos dentro sale de forma más pura, sin censores. En mi opinión es una fantasía pensar que controlamos algo en ese proceso. Es cierto que después no queda más remedio que reescribir, que pulir ese bloque de piedra que a veces es el primer borrador, hasta extraer de él la narración, y que eso sí que tiene que ver mucho con nuestro trabajo, con la perseverancia, con el oficio en definitiva.

Se me ocurre que quizá el talento resida en dicho subconsciente ingobernable. Por eso es una buena idea dejarse llevar, escribir sin más, ceder a Rafi el presunto control de la situación y compartir con él tanto el éxito como el fracaso de nuestros proyectos. Acudir a la cita diaria con esa vocación que nos hace felices, nos dé de comer o no, y dejar que sea lo que Rafi quiera.
Así que, al final, se trata de humildad y de ponderación. De amor propio y de sensatez. Es nuestro ego quien sufre, quien nos susurra que no somos lo suficientemente buenos, o que, por el contrario, somos la h****a en vinagre. Por lo general, tenemos nuestros momentos de gloria y nuestros momentos patéticos, y ninguno de ellos suele depender por completo de nuestra corteza cerebral. Es algo así como si nuestro tío de américa, cuya existencia ignorábamos, nos deja una herencia multimillonaria y nosotros nos atribuimos el mérito. O si me recrimino frente al espejo lo tonta que soy por ser rubia.
Cuando cuajamos un buen texto, a poco que recapacitemos, nos daremos cuenta de que en él han influido un montón de factores, de los cuales somos directamente responsables nada más que de una pequeña parte: sentarnos a escribir, perseverar hasta el final sin mirar el móvil, ni Facebook, corregir después para que quede lo mejor que podamos. Y poco más. Al resto le llamaremos Rafi.
¿Y para qué es útil Rafi? Para no convertirnos en mitos de nosotros mismos, en fantasmas depresivos que se lancen a los brazos del alcohol, o de las drogas, para crear. Hay gente que opina que para escribir hay que sufrir, que los felices tienen poco que contar. Yo no creo tanto en esa versión tremenda del cuento. Crear es un proceso complejo que requiere profundidad en la mirada, y sí, a poco que nos fijemos es posible que nos demos cuenta de que la realidad no se parece al mundo de Mi pequeño pony. Comprendo que ese dolor se quede dentro y salga a flote en nuestras creaciones (el subconsciente nos habla con relatos) y que nosotros no opongamos resistencia a eso, sino que, al contrario, lo utilicemos incluso como catarsis, como método de autoconocimiento. Pero de ahí a sufrir como bellacos, y tener que emborracharnos o fumar cosas raras o vivir como Diógenes…, sobre todo cuando nos percatamos de que la perfección es algo que queda lejos de nuestros empeños. Las cosas no suelen ser como nos gustaría que fueran. En un mundo ideal los palestinos tendrían su país y podrían vivir en paz, papá Noel o los reyes magos existirían de verdad, los mosquitos no necesitarían sangre humana para vivir y nuestros relatos y novelas serían siempre perfectos y gustarían a los editores. Pero no es así. Así que mejor contar con Rafi.
No para culparle por lo que sucede en Gaza, sino para darnos cuenta de que la perfección no existe y de que no podemos soñar con controlar todas y cada una de las variables que conforman el mundo. Ni nuestros relatos.
Lo que nos queda es levantarnos temprano, hacer el trabajo que amamos. Por amor propio, sí, pero también por dejar algo digno y, tal vez, bello a otros seres. Intentar que el proceso nos procure algo de felicidad y luego disfrutar del tiempo libre.
Y es así, cuando soltamos esa presa de entre nuestras mandíbulas, cuando es más probable que nuestra escritura fluya como néctar traído por los dioses y consigamos textos intensos y bellos, vibrantes, palabras que merezcan la pena. Esos relatos que dejan en la boca un gusto dulce, y esa tensión en las palmas de las manos que se siente cuando uno está leyendo, o cuando vemos u oímos, algo bueno de verdad. Olé.
Así que os presento a Rafi y espero que esté por aquí con frecuencia y deje su feliz impronta, para bien o para mal, de ahora en adelante.

Te recomiendo que veas el video: ella lo dice mucho mejor que yo y además practicarás tu inglés. Si te gusta, ¡compártelo con otros! Please.