¡BUENAS NOTICIAS, ESCRITOR!

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En los tiempos que corren no es fácil que nos den buenas noticias, y menos todavía si eres escritor. Que si los libros no se venden, que si nadie lee más allá de 120 caracteres; que si solo publican los presentadores de televisión, que si la abuela fuma… Poner el telediario se convierte en un deporte de riesgo. Sin embargo, tal día como hoy, y a pesar de que estamos en septiembre, vengo a darte una buena noticia, sobre todo si quieres convertirte en escritor; si ya lo eres, es mejor que dejes de leer, porque ya te habrás dado cuenta tú solo de lo que voy a decirte y estarás muy ocupado…

¿Estás preparado?

Bueno, allá va:

Un escritor no se aburre nunca

 

¿Cómo se te queda el cuerpo? ¿Esperabas otra cosa, del tipo: conozco un multimillonario que busca convertirse en tu mecenas; o el Ministerio de Cultura va a crear chorrocientas becas anuales de creación para escritores?
Si te has quedado decepcionado te invito a que te detengas a pensar un momento en esto, que en realidad es un pensamiento revolucionario que puede cambiar tu vida.

Vale, lo mismo me he puesto estupenda con eso de revolucionario, pero te aseguro que sí que es algo que puede cambiar tu vida.
Ya te habrías dado cuenta de ello a estas alturas, si en tu fuero interno te consideras un escritor (aunque te mueras de vergüenza de decirlo en voz alta): la vida es la materia de la que se nutren las novelas. Todo está en la realidad. Los cerebros prodigiosos recogen esas percepciones nuestras de cada día, las mezclan, las rumian sin querer, las devanan. Si consiguen dejar de navegar por Internet, se sientan a trabajar y nos ofrecen esas maravillosas novelas, o relatos, cuya lectura consigue cambiarnos, hacernos creer por un momento que somos otros o que podríamos serlo; o que estamos en otro lugar, en otras pieles.
Ahí lo tienes: el misterio a tu alcance. Las ilimitadas costumbres, gestos, conductas, situaciones que viven los seres a tu alrededor cada día, a cada momento. Tus propias percepciones, reacciones, conductas ante la forma de actuar de los demás contigo. Todo es materia para la imaginación, y objeto del interés de un escritor.

Si quieres aprender a escribir hay que aprender a mirar primero. A escuchar. Qué dichos o gestos de tu suegra te cabrean más. Cuántas veces repite tu cuñado la palabra “yo”. Cómo la abuela mantiene su propia conversación aparte, eterna y paralela, durante la cena de Navidad, aunque hayáis cambiado de tema mil veces. Aprender a escuchar.
Si tienes la conciencia de que debes afinar la vista y el oído, de que a tu alrededor palpitan ya enteritos y con vida propia esos miles de detalles que harán de tus novelas algo excepcional, es imposible que te aburras viviendo. Lo que no quiere decir que no te vaya a tocar soportar situaciones aburridísimas. Esa es la buena noticia: incluso en esas situaciones tienes mucho con qué entretenerte. Y si no hay nada alrededor que escuchar, fisgar, espiar, etc, mírate, escúchate, espíate a ti mismo. Lo mismo te sorprendes.
Si le coges el tranquillo, a lo mejor no necesitas encerrarte en casa a jugar con la video consola o a ver la televisión. Incluso puede que tu cerebro no se quede en standby mientras tanto y veas ésta con nuevos ojos científicos. Y, sobre todo, humanos. Porque ese es el interés que late o que debe latir en tu afán por escribir: aprender sobre lo humano, mostrar cómo somos, hacer arte con la vida, convertir la vida en arte.
Es rentable y, además, es divertido.
¿Todavía no te ha pasado nunca que se echen a reír los comensales de la mesa de al lado y tú con ellos, mientras todos los de tu mesa te miran muy, muy serios?
Pues entonces es que todavía no eres escritor.

viejalvisilloTú no cuentes ná, que ya lo cuento yo en una novela

Las personas oscuras, pesadas, malignas, o sencillamente peculiares son auténticos filones; y sus conductas, guías de composición del personaje. Así que deja de chasquear la lengua con fastidio cuando te cruces con uno de estos; no hagas caso a tu ego, a quien agravia su presencia: observálo, quédate con sus detalles, con sus palabras maleducadas o egocéntricas, con sus comportamientos tontos, egoístas o incluso perversos… Ya te vengarás, ya. Tal vez creando un personaje redondo a su costa.

Es posible que, a partir de esta observación, nuestra opinión acerca del ser humano empeore, aunque si somos inteligentes es probable que nos demos cuenta de que no hay demasiada diferencia entre las manías de los demás y las propias. Es decir: que también nosotros hemos podido inspirar a algún personaje tipo Mr Scrooge, Cruella de Vil, o los Dos tontos muy tontos, en varios momentos de nuestras vidas. A lo mejor tu empatía y compasión hacia los semejantes aumente y te conviertas en mejor persona. Y así, acumularás Karma positivo y, ¿quién sabe?, quizá encuentres editor.
Pero sobre todo habrás aprendido, disfrutado del camino y le habrás dado una patada en el culo al aburrimiento. Con esto sí que puedes contar.

¿Te has aburrido con esta entrada? Pues déjame que te diga que así no vas por el buen camino.
Es broma.
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LO QUE RAFI QUIERA

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He visto este video de Elizabeth Gilbert varias veces. Cada vez me gusta más lo que dice y cómo lo dice. Así que hoy he decidido empezar a cuidarme y a delegar presión. Y ahí es donde entra Rafi.

Te presento a Rafi. Ha venido a ayudarme a mantener mi cordura. He decidido hacerle un hueco en mi hogar y permitirle que me acompañe, que se acostumbre a mí, el tiempo que quiera quedarse.

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Rafi es mi genio creativo. He decidido bautizar así a esa musa esquiva que me dicta las ideas al oído. Las buenas y las malas. Que a veces se presenta cuando nadie la llama ni puede atenderle; o hace caso omiso de mis llamadas si me siento frente al ordenador, con la intención de escribir la gran novela española de todos los tiempos y entrar en el [typography font=»MedievalSharp» size=»24″ size_format=»px» color=»#e60712″]CANON[/typography] con zapatos y todo.

Seguro que tú, si escribes con cierta frecuencia, también has experimentado ese momento de magia: estás concentrado delante del ordenador, los dedos se mueven rítmicamente. Sabes qué tienes que escribir; o mejor dicho, sabes adónde quieres llegar, aunque desconozcas cuáles van a ser las palabras exactas, la escena detallada, los movimientos concretos de los personajes. Sin embargo las palabras fluyen al ritmo preciso de las ideas, y pronto el tiempo ha fluido y el capítulo, o el relato, está terminado. La primera versión. A veces, al día siguiente o al otro, cuando repasamos lo escrito nos quedamos sorprendidos: ¿fumé algo que no recuerdo?, piensas, ¿esto lo he escrito yo?

file261287264187balloon-boy¿Recuerdas?

A mí me ha pasado varias veces: en concreto una, o ninguna.

Es broma

Mi conclusión ha sido una lección de humildad: la esencia de lo que escribimos reside en nuestro subconsciente.
Creo firmemente que un día la ciencia descubrirá cómo funciona, aunque no tengo claro que esto sirva para algo. (Mira a Freud). Seguiremos percibiendo cientos, miles, de estímulos al cabo del día gracias a nuestros potentes receptores sensitivos, y esa máquina de análisis, integración y almacenamiento que es nuestro cerebro seguirá conservando las que le dé la gana sin preguntarnos nuestra opinión, sin contar nada más que con Rafi, al parecer.
En esa primera etapa de la escritura, cuando las ideas fluyen, o cuando escribimos desde la página en blanco, es cuando lo que tenemos dentro sale de forma más pura, sin censores. En mi opinión es una fantasía pensar que controlamos algo en ese proceso. Es cierto que después no queda más remedio que reescribir, que pulir ese bloque de piedra que a veces es el primer borrador, hasta extraer de él la narración, y que eso sí que tiene que ver mucho con nuestro trabajo, con la perseverancia, con el oficio en definitiva.

Se me ocurre que quizá el talento resida en dicho subconsciente ingobernable. Por eso es una buena idea dejarse llevar, escribir sin más, ceder a Rafi el presunto control de la situación y compartir con él tanto el éxito como el fracaso de nuestros proyectos. Acudir a la cita diaria con esa vocación que nos hace felices, nos dé de comer o no, y dejar que sea lo que Rafi quiera.
Así que, al final, se trata de humildad y de ponderación. De amor propio y de sensatez. Es nuestro ego quien sufre, quien nos susurra que no somos lo suficientemente buenos, o que, por el contrario, somos la h****a en vinagre. Por lo general, tenemos nuestros momentos de gloria y nuestros momentos patéticos, y ninguno de ellos suele depender por completo de nuestra corteza cerebral. Es algo así como si nuestro tío de américa, cuya existencia ignorábamos, nos deja una herencia multimillonaria y nosotros nos atribuimos el mérito. O si me recrimino frente al espejo lo tonta que soy por ser rubia.
Cuando cuajamos un buen texto, a poco que recapacitemos, nos daremos cuenta de que en él han influido un montón de factores, de los cuales somos directamente responsables nada más que de una pequeña parte: sentarnos a escribir, perseverar hasta el final sin mirar el móvil, ni Facebook, corregir después para que quede lo mejor que podamos. Y poco más. Al resto le llamaremos Rafi.
¿Y para qué es útil Rafi? Para no convertirnos en mitos de nosotros mismos, en fantasmas depresivos que se lancen a los brazos del alcohol, o de las drogas, para crear. Hay gente que opina que para escribir hay que sufrir, que los felices tienen poco que contar. Yo no creo tanto en esa versión tremenda del cuento. Crear es un proceso complejo que requiere profundidad en la mirada, y sí, a poco que nos fijemos es posible que nos demos cuenta de que la realidad no se parece al mundo de Mi pequeño pony. Comprendo que ese dolor se quede dentro y salga a flote en nuestras creaciones (el subconsciente nos habla con relatos) y que nosotros no opongamos resistencia a eso, sino que, al contrario, lo utilicemos incluso como catarsis, como método de autoconocimiento. Pero de ahí a sufrir como bellacos, y tener que emborracharnos o fumar cosas raras o vivir como Diógenes…, sobre todo cuando nos percatamos de que la perfección es algo que queda lejos de nuestros empeños. Las cosas no suelen ser como nos gustaría que fueran. En un mundo ideal los palestinos tendrían su país y podrían vivir en paz, papá Noel o los reyes magos existirían de verdad, los mosquitos no necesitarían sangre humana para vivir y nuestros relatos y novelas serían siempre perfectos y gustarían a los editores. Pero no es así. Así que mejor contar con Rafi.
No para culparle por lo que sucede en Gaza, sino para darnos cuenta de que la perfección no existe y de que no podemos soñar con controlar todas y cada una de las variables que conforman el mundo. Ni nuestros relatos.
Lo que nos queda es levantarnos temprano, hacer el trabajo que amamos. Por amor propio, sí, pero también por dejar algo digno y, tal vez, bello a otros seres. Intentar que el proceso nos procure algo de felicidad y luego disfrutar del tiempo libre.
Y es así, cuando soltamos esa presa de entre nuestras mandíbulas, cuando es más probable que nuestra escritura fluya como néctar traído por los dioses y consigamos textos intensos y bellos, vibrantes, palabras que merezcan la pena. Esos relatos que dejan en la boca un gusto dulce, y esa tensión en las palmas de las manos que se siente cuando uno está leyendo, o cuando vemos u oímos, algo bueno de verdad. Olé.
Así que os presento a Rafi y espero que esté por aquí con frecuencia y deje su feliz impronta, para bien o para mal, de ahora en adelante.

Te recomiendo que veas el video: ella lo dice mucho mejor que yo y además practicarás tu inglés. Si te gusta, ¡compártelo con otros! Please.

LO IMPORTANTE ES LA VIDA

 

Aunque os recomiendo que veáis el video, hago un resumen de los diez consejos:

  1. Pregúntate por qué quieres escribir. La respuesta te mostrará qué tipo de escritor eres.

  2. Lee mucho (pero analizando lo que lees). Escribe mucho.

  3. Aprender a encestar: estar dispuesto a desechar lo malo.

  4. Copiar los buenos recursos de otros escritores (no los argumentos, ojo).

  5. Ir poco a poco.

  6. Trabajar en las tres columnas fundamentales de toda buena novela: la prosa, la estructura narrativa y el diseño de personajes.

  7. Corrige, corrige, corrige. Y, después, corrige.

  8. La prueba de los otros: pásalo a gente de confianza.

  9. Persevera.

  10. Prepárate a aceptar que no eres escritor: lo importante es la vida.

Traigo estos diez consejos del maestro Mallorquí porque me parecen imprescindibles. Sobre todo el último, que yo pondría el primero: lo importante es la vida. Aunque no es ese exactamente el consejo, sino que uno debe de estar preparado para aceptar que no es escritor.

Ya sé que es tergiversar un poco el mensaje de Mallorquí, pero aunque todos soñemos cuando empezamos a escribir con convertirnos en reconocidos, afamados (y ricos) escritores, creo que sabemos que somos hormiguitas obreras y que lo que importa es el día a día. Salvo algún megalómano con problemas que exceden este pobre blog, no creo que haya mucha gente que empiece a tocar la guitarra con la idea de que o es Paco de Lucía, o nada: a tomar por culo la bicicleta.

Insisto en que no quiero llevar la contraria, solo añadir que escribir es vivir también. Y una obviedad: que es imposible tener nada interesante que decir si no se vive, antes o durante.

Para todos los que soñamos con ser escritores profesionales este alegato a favor del realismo, de no obsesionarse y no poner todos los huevos en la misma cesta, que decía mi abuela, nos viene al pelo. Hay que saber aceptar las negativas, los rechazos. Aprender a tolerar la frustración. Y llegado el momento, por qué no, puede ser necesario que aceptemos que el sueño no se cumplirá. Escribir exige soledad, retiro: ese es el peligro. Que el sueño nos aísle y nos convierta en seres huecos, rellenos de letras que no dicen nada, seguramente desgraciados.

Así que opino que en el fondo ambas cosas están comunicadas: si vivimos no nos será tan difícil aceptar que una parte de nuestros sueños no se cumplan. Y, aún así, es posible que escribir siga siendo un acto placentero, profundo y enriquecedor. (Lo mismo que pintar, que bailar, que tocar el piano, que apuntarse a un grupo de teatro o que jugar al tenis…).

Así que me tomo la libertad de poner en primer lugar ese último consejo: primero hazte consciente de que estás viviendo. Aprovecha las oportunidades, vívelas, y anota en tu mente los detalles hasta que puedas sentarte a escribir. O lleva ese cuadernito imprescindible. Pero vive. Primero vive.

EL GÉNERO DE LAS PREGUNTAS

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La foto la tomé de aquí.

Me gusta escuchar a Javier Cercas, me resulta inspirador y por eso lo comparto aquí. Será por la energía que transmite, y también porque reconoce que es otro más de tantos como nos preguntamos de qué coño va Moby Dick.

Te invito a que escuches los cuarenta minutos de conferencia (merece le pena, es entretenido), a pesar de que extraigo en estas líneas algunos de los puntos, en mi opinión, más interesantes de la misma.

No descubre el motor de agua cuando afirma que la novela es el género de las preguntas, no de las respuestas. No escribimos para dejarlo todo claro. Escribimos para aclararnos (con suerte). Escribimos para plantear las preguntas. Ahora voy a arrimar el ascua a mi sardina y voy a pedirles que piensen en ello a todos los que abordan la escritura de una novela con el afán exhaustivo de sentar cátedras: sobre sus pensamientos, ideología, críticas, e incluso sobre el mero argumento de la novela. Una cosa es atar cabos y dejar las tramas cerradas, y otra dar masticado el pensamiento. Creo que también, en un nivel más pedestre, a esta concepción egocéntrica obedecen ciertas elecciones técnicas, como esos narradores omniscientes o los personajes sin dobleces, héroes o villanos: una cosa o la otra. Pero ya me bajo del columpio y me centro en Cercas, que es el prota de esta entrada.

Otra idea que creo que merece la pena recoger, para pensar en ella, es eso que afirma de que lo ideal, a la hora de escribir las novelas, sería combinar la libertad de los primitivos, —Cervantes, Sterne, que no se encorsetaban en las actuales servidumbres convencionales de los géneros y/o subgéneros—, y el rigor constructivo de los grandes novelistas del XIX, para los que la historia estaba por encima del resto de consideraciones.

¿Combinar libertad y rigor? ¿Mande? Es el género de las preguntas, sí, en efecto. Para los lectores y, sobre todo, para los novelistas.

¿Está don Quijote loco? ¿Qué es Moby Dick? ¿Qué crimen ha cometido K?

Las grandes novelas contienen un punto ciego en su corazón, nos recuerda Cercas. Y todo lo que tienen que decir lo dicen a través de ese punto ciego. O lo que es lo mismo: lo dicen sin decir. Es la obligación del escritor proteger ese punto ciego, la pregunta central de cada historia: protegerle de las respuestas. O al menos de las respuestas explícitas, inducidas, las dichas en voz alta, o en voz tinta.

En toda novela hay una pregunta (al menos) y todo el contenido es una búsqueda, un intento de responder a la pregunta. La respuesta es la propia búsqueda, el libro; es decir: no hay respuesta. Qué putada. Las respuestas de la novela son esencialmente irónicas, abiertas, ambiguas, no taxativas: eso dice Cercas. No podría estar más de acuerdo. Y en este sentido creo que es donde adquiere todo su valor eso que también el escritor afirma —con palabras de Valery, continuidad perfecta— en el comienzo de la charla, cuando habla sobre los lectores vampiros: que son los lectores los que hacen las obras maestras.

Las buenas novelas son puertas abiertas. Las buenas novelas nos subyugan porque nos permiten terminar de escribirlas en nuestra cabeza y, así, desempeñar de veras nuestro papel activo en el proceso: ser de verdad lectores.

Si queremos escribir buenas novelas no deberíamos olvidar esto. Quizá nos ayude a renunciar a la complacencia y a la autocomplacencia; o a entender eso que veo a menudo que nos cuesta tanto: que narrar es desplegar, no explicar. Tenderíamos a algo más grande, con humildad, y no solo a la autosatisfacción. Y entiendo que querer forrarse (por legítimo que sea) está incluido en la última categoría.