EL GÉNERO DE LAS PREGUNTAS

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La foto la tomé de aquí.

Me gusta escuchar a Javier Cercas, me resulta inspirador y por eso lo comparto aquí. Será por la energía que transmite, y también porque reconoce que es otro más de tantos como nos preguntamos de qué coño va Moby Dick.

Te invito a que escuches los cuarenta minutos de conferencia (merece le pena, es entretenido), a pesar de que extraigo en estas líneas algunos de los puntos, en mi opinión, más interesantes de la misma.

No descubre el motor de agua cuando afirma que la novela es el género de las preguntas, no de las respuestas. No escribimos para dejarlo todo claro. Escribimos para aclararnos (con suerte). Escribimos para plantear las preguntas. Ahora voy a arrimar el ascua a mi sardina y voy a pedirles que piensen en ello a todos los que abordan la escritura de una novela con el afán exhaustivo de sentar cátedras: sobre sus pensamientos, ideología, críticas, e incluso sobre el mero argumento de la novela. Una cosa es atar cabos y dejar las tramas cerradas, y otra dar masticado el pensamiento. Creo que también, en un nivel más pedestre, a esta concepción egocéntrica obedecen ciertas elecciones técnicas, como esos narradores omniscientes o los personajes sin dobleces, héroes o villanos: una cosa o la otra. Pero ya me bajo del columpio y me centro en Cercas, que es el prota de esta entrada.

Otra idea que creo que merece la pena recoger, para pensar en ella, es eso que afirma de que lo ideal, a la hora de escribir las novelas, sería combinar la libertad de los primitivos, —Cervantes, Sterne, que no se encorsetaban en las actuales servidumbres convencionales de los géneros y/o subgéneros—, y el rigor constructivo de los grandes novelistas del XIX, para los que la historia estaba por encima del resto de consideraciones.

¿Combinar libertad y rigor? ¿Mande? Es el género de las preguntas, sí, en efecto. Para los lectores y, sobre todo, para los novelistas.

¿Está don Quijote loco? ¿Qué es Moby Dick? ¿Qué crimen ha cometido K?

Las grandes novelas contienen un punto ciego en su corazón, nos recuerda Cercas. Y todo lo que tienen que decir lo dicen a través de ese punto ciego. O lo que es lo mismo: lo dicen sin decir. Es la obligación del escritor proteger ese punto ciego, la pregunta central de cada historia: protegerle de las respuestas. O al menos de las respuestas explícitas, inducidas, las dichas en voz alta, o en voz tinta.

En toda novela hay una pregunta (al menos) y todo el contenido es una búsqueda, un intento de responder a la pregunta. La respuesta es la propia búsqueda, el libro; es decir: no hay respuesta. Qué putada. Las respuestas de la novela son esencialmente irónicas, abiertas, ambiguas, no taxativas: eso dice Cercas. No podría estar más de acuerdo. Y en este sentido creo que es donde adquiere todo su valor eso que también el escritor afirma —con palabras de Valery, continuidad perfecta— en el comienzo de la charla, cuando habla sobre los lectores vampiros: que son los lectores los que hacen las obras maestras.

Las buenas novelas son puertas abiertas. Las buenas novelas nos subyugan porque nos permiten terminar de escribirlas en nuestra cabeza y, así, desempeñar de veras nuestro papel activo en el proceso: ser de verdad lectores.

Si queremos escribir buenas novelas no deberíamos olvidar esto. Quizá nos ayude a renunciar a la complacencia y a la autocomplacencia; o a entender eso que veo a menudo que nos cuesta tanto: que narrar es desplegar, no explicar. Tenderíamos a algo más grande, con humildad, y no solo a la autosatisfacción. Y entiendo que querer forrarse (por legítimo que sea) está incluido en la última categoría.

DIARIO DE CAMPO Rosario Izquierdo

diario de campo

 

Dicen en la contraportada que Diario de campo es una novela diferente. Es cierto. La historia en primera persona de una mujer, de todas las mujeres, que llegan a la cuarentena y se comparan, y ven en las demás mujeres lo que a ellas les pasa y lo que no les pasa, lo que nos pasa a todos: que vivimos al filo de la exclusión, expuestos a la impermanencia, al golpe de suerte que destrone esa falsa seguridad en la que tantos confiamos.

Diario de campo es una novela social, pero social en el sentido en que todos lo somos, a veces a nuestro pesar, sin darnos cuenta ni querer reivindicar nada. Sociales e ignorantes de que, dentro de esa gran sociedad en la que vivimos, hay cubículos pequeños y hondos, opresivos, habitados por seres —los que nos ocupan son sobre todo mujeres— que siempre están esperando que lleguen tiempos mejores. Y que invariablemente desean contar su vida. Aunque al principio les/nos cueste soltarse.

La prosa de Izquierdo es rítmica, sentida, envolvente. Precisa y sensitiva: de esas prosas que se oyen en la cabeza con ese sonido puro que tienen las buenas películas. Teje las realidades de manera que se percibe cómo todas son lo mismo. No hay dualismo en ese estilo: no sería muy diferente si hablara de hombres, por más que para lo laboral ellos sean diferentes, como afirma, seguro que con conocimiento de causa.

No hay diálogos. No hay argumento como tal: el pensamiento no está sometido a la esclavitud de una trama, y sin embargo sí hay hilo conductor: ese informe para cuya escritura la protagonista recopila, y vive. El desenlace es la vida; y el camino, y la meta. El bienestar, el objetivo de fondo, siempre difuso. No sé si aparece alguna vez la palabra felicidad en el texto.

Este Diario de campo es emocionante, pero no sabe ser sentimental. Lo mismo que la vida. Nos lleva de paseo por rincones que, como a su protagonista, nos darían mucho, mucho miedo al principio a cualquiera. Por cubículos que aunque algunos sabemos que existen, no invitan al turismo. Esos en los que damos gracias sin palabras por no vivir en ellos, sin que nos demos cuenta de que no hay gran diferencia, de que compartimos las mismas convenciones y servidumbres.

Es la primera novela publicada de Izquierdo. Es una gran alegría leer novelas así, de voces nuevas, honestas, que te hacen desear leer sus siguientes trabajos. Espero que pronto.