LA CONSTRUCCIÓN DE PERSONAJES (I)

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Además de la estructura y del estilo, el tercer pilar fundamental que sustenta a las buenas novelas es la construcción del personaje.

Los personajes, no descubro nada nuevo, son funciones dentro del texto. Es decir, existen porque tienen una función que llevar a cabo: servir de agentes para que podamos contar la historia. Espero que nadie se ofenda por esta visión utilitaria de estas personitas (pues terminan por tener una verdadera vida que traspasa el papel, en el mejor de los casos, y se instala en el imaginario individual o colectivo). Me parece importante que cuando planteamos una novela pensemos así.

Esto quiere decir que al igual que seguro que nos damos cuenta, por bisoños que seamos, de que es importante tener un buen argumento, sólido, en el que los cabos queden atados; al igual que somos capaces de entender que la historia debe estar bien narrada, con una buena estructura; al igual que no nos cabe la menor duda de que la prosa debe ser, cuanto menos, correcta (salvo los que con mucho cinismo apelan a la figura del corrector de estilo y se atreven a mencionar a Gabo, como ejemplo con el que compararse, que haberlos haylos) al igual que todo lo anterior, como iba diciendo, debemos entender que es vital una buena construcción de los personajes. Y no solo hacer que se muevan como locos de aquí para allá, que digan lo que el lector tenga que saber, o que les pasen desgracias o sueños de amor y lujo.

En primer lugar, necesitamos escoger un protagonista a la altura, un personaje más grande que la vida (como decía Albert Zuckerman). Y luego entender bien qué va a pasar en la novela y qué agentes tendremos que incluir para poder desarrollarla con éxito.

Aquí viene la pregunta del millón: ¿preparados?

[highlight]¿Qué es tener éxito con una novela? [/highlight](Elige una o más opciones)

  1. Ganar un importante premio literario, tipo Planeta.
  2. Ganar un importante premio literario, tipo Nobel.
  3. Conseguir un contrato con un agente literario de esos que sacan las uñas por ti y te alojan en su casa y te hacen hasta la comida y la cama para que puedas concentrarte en escribir.
  4. Vender mogollón de libricos y forrarse.
  5. Salir en las tertulias de la tele, por polémicos, descarados, pornográficos o porque nos metemos con la monarquía, con la Iglesia, etc.
  6. Que los críticos serios te pongan de moda y ganes premios de esos sin dotación, y todos digan que ya tienes un hueco en el [typography font=»MedievalSharp» size=»24″ size_format=»px» color=»#e60712″]CANON[/typography] .
  7. Conseguir que te publiquen.
  8. Lograr que la mayoría de los lectores que empiecen su lectura lleguen hasta el final sin esfuerzo y hasta con ilusión.

Yo he marcado la 5.

Es broma.

Para mí la primera de todas, desde el punto de vista del que quiere ser un buen escritor (aunque también quiera ser otra cosa: tertuliano, por ejemplo, o Rockefeller), es la opción 8.

 Os la repito:

[quote]“Lograr que la mayoría de los lectores que empiecen su lectura lleguen hasta el final sin esfuerzo y hasta con ilusión”[/quote]

Éxito es conseguir crear lo que John Gardner (gurú de gurúes en lo que a escritura creativa se refiere, y de quien hablaré mucho; pero mucho, casi más si hubiera sido mi novio) llamaba el sueño de la ficción. Seguro que lo has sentido: eso que se produce con las buenas novelas, que desde las primeras palabras te sumerges en la historia sin que nada pueda sacarte de ella mientras lees. E incluso luego, cuando estás en el trabajo y no puedes dejar de pensar en el prota y en su conflicto, y estás deseando regresar a casa y enganchar el libro.

A eso me voy a referir aquí cuando hable de triunfar con una novela.

¿Significa esto que todo lo demás, lo del Planeta, el Nobel, el canon, el sálvame, etc., está mal o me parece mal? Pues claro que no. Es más: diría que en muchas ocasiones los que han llegado a lo anterior es porque, por h o por b, han conseguido escribir alguna novela que de esas que no podemos soltar.

 ¿Tú también te has dado cuenta de que me he ido de tema? Estaba hablando de los personajes. Para escribir una de esas novelas lapa hay que elegir buenos personajes.

Los buenos personajes son aquellos que resultan necesarios y convenientes para contar nuestra historia. Deben reunir las características adecuadas para resultar verosímiles en el papel que les demos. Por ejemplo, si en un golpe de gracia se te ocurre la idea de un jovencito que adquiere superpoderes porque le pica una araña radiactiva, lo que le transformará en un superhéroe dispuesto a salvar a la humanidad, aún a costa de su propia vida, este jovencito tendrá que demostrar desde el principio que puede ser valiente, heroico, generoso, audaz, etc. Ojo que he subrayado eso de que puede ser, porque el personaje puede no serlo del todo en el comienzo, y sí al final: el cambio del personaje es uno de los elementos fundamentales de toda buena novela. Pero aunque narrar este cambio sea casi nuestro objetivo, la potencialidad para el mismo debemos construirla desde el principio, a través de indicios. Hablaremos más, mucho más, de esto.

Entonces, y para ir al grano, para dar un par de pinceladas en cuanto a la creación de personajes, diré que si queremos tener éxito con nuestra novela tendríamos que pensar entre otras cosas en:

  • Un/a prota carismático, con un conflicto poderoso e interesante, o una posición interesante con respecto al conflicto principal. Con sus virtudes y defectos, una biografía verosímil que lo sustente, un deseo y algunas contradicciones.
  • Una colección de secundarios vivos, construidos con las pinceladas justas y necesarias; conscientes de su función, que sean útiles para nuestra historia antes que para nuestro ego/capricho. Aunque si pueden satisfacer a ambos, mejor que mejor, que tampoco estamos aquí para sufrir.

 Continuará…

¿Tienes dificultades con tus personajes? Déjame un comentario.

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ESCRIBIR UNA NOVELA: la planificación

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¿Qué pensabas? ¿Que uno se sienta, pone los dedos en marcha, y la novela sale sola, sin pensar? ¿Sí? Lamento ser la aguafiestas de turno, pero no creo que esto suceda con demasiada frecuencia, salvo a esos que dan asco. Y menos todavía cuando empezamos a escribir.

Cuando somos bisoños, y todavía no sabemos muy bien cómo va esto de montar una novela, trazar un diseño previo resulta imprescindible. Nos ayuda a ordenar las ideas, a delimitar lo que queremos que aparezca, a organizar los acontecimientos con coherencia para no meter la pata (con repeticiones, o con olvidos, por ejemplo). Además, nos ayuda a conocer mejor la historia y los personajes; a interiorizarla, para que luego brote más fluida la escritura. El fruto final de la planificación de la novela es el mapa de la misma: la sinopsis por capítulos. Esta nos ayuda a organizar el material narrativo por orden de presentación en la novela (que no tiene por qué ser el cronológico: hablaremos de ello). El resultado es una guía que resulta muy eficaz para que comprobemos el equilibrio global de nuestra novela, pero sobre todo, para que sepamos qué tenemos que escribir después.

Créeme: es muy desesperante terminar un capítulo, sentarte al día siguiente, lleno o llena de ilusión, con la música de Rocky en nuestra cabeza, y encontrarte a los diez minutos con que no tienes ni idea de por dónde seguir escribiendo. Otras veces lo que ocurre es que nos sentamos llenos de energía a escribir y lo que habíamos pensado que duraría un capítulo entero nos ocupa dos párrafos (también hablaremos de cómo espesar un argumento). ¿Y ahora qué? Teníamos la intuición de que, conforme escribiéramos, los personajes cobrarían vida y nos indicarían el camino, pero los muy ca***es no han dicho nada: esa magia de la que todos los escritores hablan no ha funcionado. ¿Pero no campaban por sus respetos los personajes y, poco menos, que decidían ellos qué pasaba? Entonces empieza la ronda de autopreguntas y los pensamientos flagelantes, del tipo: nunca serás un escritor; Pero ¿qué esperabas ……… —rellena con tu nombre—?, ¿que serías capaz?; Será mejor que aprenda a hacer punto, que al final al menos tendré un jersey…

También sucede que la conciencia se pone en marcha y nos recuerda todas esas actividades importantísimas, urgentísimas que es vital que hagamos antes que continuar con nuestra novela: limpiar los azulejos del cuarto de baño (incluso blanquear los intersticios); coserle el dobladillo al baby de la niña; empezar a leer el Ulises de Joyce, ¿cómo pretendo ser un escritor sin haberlo leído?; comprar un bolso nuevo o llamar a la abuela. ¿Te suena?

Superar el desaliento lleva más trabajo que sentarse a pensar sobre lo que queremos escribir. También es verdad que esto es un buen filtro para las verdaderas vocaciones. La selección natural actúa en este momento y es aquí cuando los escritores verdaderos tiran de cabezonería. Si son listos, en lugar de volver a darse testarazos contra la misma pared, dedicarán algo de tiempo a trazar, al menos, algunas líneas maestras para su historia.

Dibujar esa especie de mapa que es la sinopsis por capítulos, nos ofrece la posibilidad de recurrir a él en los momentos en los que la escritura se atasca, o se extravía por recovecos que hacen que perdamos el sentido y el objetivo de la narración. Te aseguro que cuando empezamos a escribir esos momentos pueden ser numerosos. A veces nos ponemos creativotes y creemos incluso que meter un extraterrestre en nuestra novela victoriana es un ejercicio experimental de p*** madre con el que pariremos un nuevo género. Este entusiasmo suele ceder pronto y la lucidez regresa. El peligro es que entonces, aburridos y exasperados, abandonemos la absurda idea, ¿en qué estaría yo pensando?, ¿escribir una p*** novela?

Cuando no tenemos experiencia en escribir novelas lo más lógico es que partamos de un plan previo, que hayamos pensado y anotado de qué vamos a hablar, qué necesitamos narrar, dónde y cuándo.

Seguro que has oído hablar de la distinción escritores de mapa o escritores de brújula. Los primeros son los que preparan de forma más o menos exhaustiva la planificación de la historia antes (y/o durante) de empezar la escritura. Los segundos son los que, a partir de una idea germinal (un personaje con un conflicto; una frase potente de comienzo; un desenlace…) tiran del hilo al mismo tiempo que escriben. La propia historia les orienta hacia el desenlace. Creo que solo se puede ser escritor de brújula y obtener buenos resultados cuando ya se tiene cierta experiencia o cuando somos de esos que dan asco.

Los demás mortales necesitamos tomar notas y sentarnos a pensar qué queremos contar y cómo lo vamos a hacer. En función de tu personalidad, de qué tipo de escritor seas, serás más o menos detallado con esta planificación. A veces el cuaderno que dedicamos a las notas de la planificación abulta más que la novela en sí. Otras veces tomamos esas notas, llenamos por completo ese cuaderno y no las volvemos a releer jamás. ¿Significa eso que hemos perdido el tiempo al diseñar? [button link=»http://www.youtube.com/watch?v=2ZubtDWbxeE» bg_color=»#2b6e9e» window=»yes»]Pincha para oir la respuesta[/button]

Al pensar y escribir esos pasos hemos conseguido conocer mejor la historia que late en nuestras cabezas. Se trata de eso. Al final, toda la información debe de estar bien asimilada en nuestros cerebritos para que la escritura surja fluida, de una pieza. Y para que seamos auténticos.

 Como bienvenida al blog os ofrezco un pequeño regalo. Si te suscribes a mi newsletter, recibirás lo que he llamado “Guía rápida para empezar a escribir una novela”. En ella encontrarás resumidos de una forma gráfica y clara los aspectos, en mi opinión, fundamentales para que traces un diseño básico de tu historia y que puedas arrancar con la escritura.

No lo dudes, ¡suscríbete! No tienes nada que perder.

 ¿Y tú que opinas? ¿Mapa o brújula? Cuéntanoslo en un comentario. Y si te ha gustado la entrada, ¡compártela!

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EL ESTILO I: 10 arreglos exprés para el estilo de tus narraciones

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En la entrada anterior, el maestro Mallorquí afirmaba que toda narración tiene tres pilares fundamentales: la prosa, la estructura y los personajes. Por supuesto, tiene más razón que un santo. Con esta entrada inauguro una serie en la que abordaremos distintas cuestiones sobre el estilo de nuestras novelas y/o relatos, con la intención de mejorarlos (claro está).

Empiezo por aquí por una razón práctica: un texto regular mejorará mucho solo con pulir los defectillos de prosa más evidentes. Incluso puede convertirse en pasable después de quitar la morralla.

La razón es un misterio para mí (tengo pendiente investigar sobre ello), pero cuando empezamos a escribir todos solemos caer en los mismos vicios de estilo. Es curioso. Los fallos de principiante en la escritura de narrativa abarcan muchos otros aspectos, pero los más llamativos quizá son los que afectan al estilo de la prosa. Habrá que preguntarle a Iker Jiménez por qué caemos casi todos en lo mismo. Resulta de veras inquietante que, siendo como somos los escritores, por lo general, buenos lectores, no nos demos cuenta de que en los libros publicados no suelen aparecer dichos fallos. Pero vamos al grano.

A continuación te ofrezco una lista con diez de estos vicios comunes. La idea es que pases el test a tus narraciones y detectes si caes en ellos. No hace falta que te flageles después, ya te digo que nos pasa a casi todos; basta con que lo corrijas. No están por orden de importancia: los he puesto como me ha apetecido.

  1. Adverbios en mente. Un clásico entre los clásicos. Supongo que el flagrante abuso de estas palabras tan largas y tan fastidiadas de decir a veces, obedece a dos factores: el primero es un exceso de celo por matizar y explicarlo todo hasta la saciedad. El segundo es la influencia de la lengua hablada. Al hablar empleamos estos adverbios para enfatizar con una frecuencia que asusta. Fijáos a partir de ahora: ya veréis como os entra la risa. Son palabras larguísimas que lastran el ritmo de las frases y que, por lo general, no aportan gran cosa. Hay libros de estilo de algunos medios que son tajantes: “Nº de adverbios en mente permitidos en los textos=0”. Yo no diría tanto. Pero, al peso, si hay más de un par de ellos por página, yo me mosquearía. Te animo a que hagas la prueba: bórralos de tu relato y léelo en voz alta. Apostaría a que sale ganando.

  1. De repente, de pronto. Si observamos bien la realidad repararemos en que todo sucede de pronto. Cuando suena el móvil, lo hace de repente. Si suena un portazo por un golpe de viento, no le queda otra que sonar de pronto. Aunque ya supieras que has quedado con tu novia a las diez, cuando sale del metro, lo hace de pronto. Y si te descuidas, te da un susto, la j**ía. Habida cuenta de esto, creo que es mucho mejor que reservemos estas expresiones para cuando queramos trasladar de veras ese matiz de sorpresa. (Por mucho que hacer sufrir a nuestros personajes sea lo suyo, el principal objetivo de una novela, que estén al borde del infarto porque todo les pase de sopetón es una crueldad como para denunciarla a la Haya).

  1. Gerundios. En la siguiente entrada sobre estilo hablaré de ellos con mayor largueza (y me quedaré como nueva). Sólo decir que los empleamos de forma incorrecta con una frecuencia inquietante también. Así que ojo con ellos. Si relees tu relato o capítulo y detectas que los usas mucho, no quiero ser agorera, pero es posible que tengas un problema, Houston.

  1. Puntos suspensivos. Narrar requiere aserciones, incluso cuando lo que expresamos son dudas. Los signos de puntuación contribuyen a facilitar la comprensión adecuada de los textos. Los puntos suspensivos se emplean cuando interrumpimos una frase, para sustituir al etcétera en una enumeración, para significar que un enunciado está incompleto, para indicar que ha habido un instante de vacilación… Hay muchos textos en los que el abuso de este signo de puntuación resulta llamativo, incluso a la vista al echar una ojeada a la página, que parece un formulario. Si ese es tu caso, te invito a que recapacites: ¿es tu personaje el que duda, o eres tú? ¿Por qué tanto miedo a usar el punto? ¿No te parece raro que todo sea dudoso, interrumpido, incompleto, etcétera, vacilante? En muchos casos, la duda debe estar expresada en el contenido. Y en todos, todos los casos, los puntos suspensivos son solo tres (…).

Un ejemplo: ¿De verdad hay alguna diferencia de significado entre las dos oraciones siguientes? Razona tu respuesta.

“—No sé qué decirte —dijo Silvia.”

“—No sé qué decirte… —dijo Silvia.”

  1. Notar. El excesivo uso del verbo notar es otro de los signos de inexperiencia o de falta de sensibilidad verbal. Muchas veces no nos damos cuenta de que lo importante es lo que el personaje nota, y no el acto de notar en sí. La percepción es algo que sencillamente ocurre, de modo involuntario, gracias a los órganos de los sentidos. Es común que cuando al personaje se le acelera el pulso, lo que encontremos escrito sea que fulanito notó cómo su pulso se aceleraba; o que si María recibe un piropo del chico que le gusta, en lugar de ponerse roja, como nos sucede a todas, ella note como empezaba a ponerse colorada.

  1. Sobremanera. Uno de los vicios en el que todos hemos caído al empezar a escribir es querer dar un tono grandilocuente a nuestra prosa. Debe de haber un duende cab**n que nos dice al oído cuando empezamos que lo que va escrito tiene que ser solemne, y que la solemnidad requiere palabros. Es algo empírico: he observado que un síntoma claro del contagio de este virus es la aparición reiterada del adverbio sobremanera. Si en tus textos aparece con pertinacia, míratelo. Pregúntate si albergas esa falsa creencia. Y luego, piensa si Eduardo Mendoza, Salinger, Matute o Hemigway, que son los que me han venido a la cabeza ahora, no son literarios, a pesar de su escasa solemnidad.

  1. Adjetivo + sustantivo. Otro gran misterio es por qué las expresiones suenan mucho más rimbombantes cuando el adjetivo se antepone al sustantivo al que califica. Y, de nuevo, por qué lo rimbombante nos parece más literario. Como todos sabemos, hay muchas ocasiones en las que situar el adjetivo antes o después del sustantivo cambia el significado. Ok. Pero hazme caso: si compruebas que tus adjetivos tienden a colocarse siempre antes del sustantivo, prueba a ponerlos detrás. El tono se rebajará y es posible que la lectura cambie (a mejor, es la idea).

  1. Binomios y trinomios. El exceso de adjetivos es otra de las costumbres en las que caemos cuando somos principiantes. Todavía se nota más aún cuando, por sistema, a cada sustantivo le encalomamos su correspondiente adjetivo. Es común también que si cojeamos de este pie, no nos baste con añadir uno solo, o un par de ellos, cómo no, antepuestos al nombre (Ver punto 7), sino que también nos parece necesario ponerle otro después. Las azules tardes nacaradas; el dulce café caliente; el misterioso secreto susurrado. O lo que es lo mismo: el dulce y caliente café; las azules y nacaradas tardes; el misterioso y susurrado secreto. ¿Hay algo de esto en tu narración? Entonces tienes buenas razones para sospechar que es probable que sucedan tres cosas: que cualquier lector sabrá que eres principiante en el primer párrafo; que pensará que la prosa es cansina y que, entre tanto adjetivo, es posible que ya no sepa de qué estás hablando.

  1. Las muletillas, las expresiones vacías. Cada cual tenemos las nuestras, y con todo el derecho, oiga. Podemos decir lo que nos dé la gana. Pero en nuestras narraciones la cosa cambia. Se presupone una excelencia (¿oigo risas enlatadas?), quizá una intención estética, artística. Cuidado si tus personajes, cuando no pretendes que sean coloquiales, responden a menudo con giros del tipo: la verdad es que (sí/no, whatever…); ¡madre mía!; tonto no: lo siguiente; para nada; hasta donde yo sé; de alguna manera… También puedes preocuparte si detectas muchas de estas en el discurso de tus narradores. Vale, sí: las empleas como un recurso para coloquializar. Pero, ¿seguro que todas, todas, todas? (Nota: la próxima semana hablaremos de la autocrítica).

  1. Los esquemas repetitivos. Sobre todo en el comienzo de los párrafos. Vigila si cada vez que pones un punto y aparte tiendes a empezar con esquemas parecidos. Ejemplos clásicos: De pronto; Al día/tarde/noche siguiente; después de… La jugada completa, jugada Comansi: empezar por adverbio en mente o por gerundio. Estando ellos allí; Inesperadamente… 

De verdad, os lo juro: nuestras historias limpias de todo lo anterior ganan bastante.

Y por si habéis tenido poco, otras dos recomendaciones de propina, que no son de estilo exactamente, sino de técnica:

  • Saltos de tiempo verbal. Es muy común que empecemos a escribir en presente y saltemos sin darnos cuenta al pasado, para regresar al presente en cualquier momento. Lo más conveniente para que el discurso del narrador sea sólido es unificar el tiempo verbal.

  • Saltos de narrador. Otro fallo muy típico de los comienzos es que nuestro narrador en tercera persona se encuentre, de repente, convertido en protagonista y narrando en primera. Conviene definir qué narrador vamos a emplear y mantenerlo. Hay novelas polifónicas, en las que combinamos distintas voces, sí, vale, pero no a eso a lo que me refiero…

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Más adelante ya veremos más sobre qué hacer con eso. Por ahora basta con que pases el escaner a tu estilo y detectes si caes en alguno de ellos.

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LO IMPORTANTE ES LA VIDA

 

Aunque os recomiendo que veáis el video, hago un resumen de los diez consejos:

  1. Pregúntate por qué quieres escribir. La respuesta te mostrará qué tipo de escritor eres.

  2. Lee mucho (pero analizando lo que lees). Escribe mucho.

  3. Aprender a encestar: estar dispuesto a desechar lo malo.

  4. Copiar los buenos recursos de otros escritores (no los argumentos, ojo).

  5. Ir poco a poco.

  6. Trabajar en las tres columnas fundamentales de toda buena novela: la prosa, la estructura narrativa y el diseño de personajes.

  7. Corrige, corrige, corrige. Y, después, corrige.

  8. La prueba de los otros: pásalo a gente de confianza.

  9. Persevera.

  10. Prepárate a aceptar que no eres escritor: lo importante es la vida.

Traigo estos diez consejos del maestro Mallorquí porque me parecen imprescindibles. Sobre todo el último, que yo pondría el primero: lo importante es la vida. Aunque no es ese exactamente el consejo, sino que uno debe de estar preparado para aceptar que no es escritor.

Ya sé que es tergiversar un poco el mensaje de Mallorquí, pero aunque todos soñemos cuando empezamos a escribir con convertirnos en reconocidos, afamados (y ricos) escritores, creo que sabemos que somos hormiguitas obreras y que lo que importa es el día a día. Salvo algún megalómano con problemas que exceden este pobre blog, no creo que haya mucha gente que empiece a tocar la guitarra con la idea de que o es Paco de Lucía, o nada: a tomar por culo la bicicleta.

Insisto en que no quiero llevar la contraria, solo añadir que escribir es vivir también. Y una obviedad: que es imposible tener nada interesante que decir si no se vive, antes o durante.

Para todos los que soñamos con ser escritores profesionales este alegato a favor del realismo, de no obsesionarse y no poner todos los huevos en la misma cesta, que decía mi abuela, nos viene al pelo. Hay que saber aceptar las negativas, los rechazos. Aprender a tolerar la frustración. Y llegado el momento, por qué no, puede ser necesario que aceptemos que el sueño no se cumplirá. Escribir exige soledad, retiro: ese es el peligro. Que el sueño nos aísle y nos convierta en seres huecos, rellenos de letras que no dicen nada, seguramente desgraciados.

Así que opino que en el fondo ambas cosas están comunicadas: si vivimos no nos será tan difícil aceptar que una parte de nuestros sueños no se cumplan. Y, aún así, es posible que escribir siga siendo un acto placentero, profundo y enriquecedor. (Lo mismo que pintar, que bailar, que tocar el piano, que apuntarse a un grupo de teatro o que jugar al tenis…).

Así que me tomo la libertad de poner en primer lugar ese último consejo: primero hazte consciente de que estás viviendo. Aprovecha las oportunidades, vívelas, y anota en tu mente los detalles hasta que puedas sentarte a escribir. O lleva ese cuadernito imprescindible. Pero vive. Primero vive.

RECOMENDACIONES ANTES DE PUBLICAR NUESTRAS NOVELAS (I)

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Salvo algunas almas puras, los que escribimos solemos querer que nos lean.  Publicar por nuestra cuenta en Internet es fácil, nos sirve para motivarnos (y también para calmar muchos egos) y para darnos a conocer.  Pero no creo que me equivoque mucho si afirmo que la prueba de fuego de todo escritor es conseguir que una editorial apueste por su texto y acceda a publicar su novela.

El mercado editorial parece estar en crisis, entre el ebook y la economía, pero lo cierto es que sigue habiendo una buena montonera de ejemplares en las librerías y que, aunque tal vez duren más tiempo allí que hace un par de años, las mesas de novedades siguen estando repletas. Así pues, y aunque el burdo rumor siga sonando, que los autores noveles no tienen nada que hacer en estos días, imagino que habrá que seguir intentándolo. Así es el juego.

Para valientes, por lo tanto, van estos comentarios que quizá puedan servir de alguna ayuda.

 

1- Escribe una buena novela.

Parece algo muy básico, ¿verdad? Pero es fácil escuchar quejas sobre lo malos que son los editores que han despreciado nuestras novelas y luego toparnos con textos que no es que sean malos per se (todo tenemos derecho a escribir malas novelas, si nos da la gana y, sobre todo, cuando estamos empezando) es que están escritas con descuido y autocomplacencia.

Es posible que sea ingenua, lo sé, pero yo creo que cualquier buen lector que se arranque a escribir sabe de las debilidades de sus textos. Otra cosa es que no se lo reconozca a nadie y que los defienda con uñas y dientes: pero yo creo que en nuestro fuero interno sabemos cuando algo falla, incluso si no somos capaces de identificar qué demonios es. Pues bien: antes de mandar la novela en serio y de jugar nuestras bazas, tendríamos que haber puesto remedio a esos fallos, o haberlo intentado al menos.

No hablo de cuando terminas tu manuscrito, lo repasas mil veces y, a pesar de que eres consciente de que es imperfecto, y de que le falta mucho para parecerse a cualquiera de tus novelas favoritas, estás convencido de su valor y de que es una novela digna de ser leída.

Creo que un buen criterio puede ser jugar a proyectarnos en el futuro, a visualizarnos en la ceremonia de entrega del Nobel de Literatura, con nuestro traje de gala, nerviosos perdidos y con el dinero del premio ya repartido en nuestra cabeza. La idea es hacerse esta pregunta: ¿me avergonzaría, en esa ceremonia, de esta novela que quiero que me publiquen? ¿Seguiría considerándola entonces imperfecta, pero digna, adecuada para un escritor que empieza su carrera?

Es posible que pida demasiada lucidez. Y también soy consciente de que las almas perfeccionistas, obsesivas e inseguras pueden estar tentadas a no intentarlo jamás y seguir escribiendo para el cajón (ese lector fiel). Cada uno con su tumbaíto. En cualquier caso no creo esté de más en ningún momentocuestionarnos un poco a nosotros mismos, hacer examen de conciencia y preguntarnos: ¿de verdad es este texto lo que mejor que tengo que decirle al mundo?

Quizá me llamen reaccionaria pero sí: hablo de valores. Hablo de buscar la excelencia. Hablo de amor propio y también de conciencia social: ¿de verdad quiero dejar más basura circulando?

Continuará…

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EL GÉNERO DE LAS PREGUNTAS

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La foto la tomé de aquí.

Me gusta escuchar a Javier Cercas, me resulta inspirador y por eso lo comparto aquí. Será por la energía que transmite, y también porque reconoce que es otro más de tantos como nos preguntamos de qué coño va Moby Dick.

Te invito a que escuches los cuarenta minutos de conferencia (merece le pena, es entretenido), a pesar de que extraigo en estas líneas algunos de los puntos, en mi opinión, más interesantes de la misma.

No descubre el motor de agua cuando afirma que la novela es el género de las preguntas, no de las respuestas. No escribimos para dejarlo todo claro. Escribimos para aclararnos (con suerte). Escribimos para plantear las preguntas. Ahora voy a arrimar el ascua a mi sardina y voy a pedirles que piensen en ello a todos los que abordan la escritura de una novela con el afán exhaustivo de sentar cátedras: sobre sus pensamientos, ideología, críticas, e incluso sobre el mero argumento de la novela. Una cosa es atar cabos y dejar las tramas cerradas, y otra dar masticado el pensamiento. Creo que también, en un nivel más pedestre, a esta concepción egocéntrica obedecen ciertas elecciones técnicas, como esos narradores omniscientes o los personajes sin dobleces, héroes o villanos: una cosa o la otra. Pero ya me bajo del columpio y me centro en Cercas, que es el prota de esta entrada.

Otra idea que creo que merece la pena recoger, para pensar en ella, es eso que afirma de que lo ideal, a la hora de escribir las novelas, sería combinar la libertad de los primitivos, —Cervantes, Sterne, que no se encorsetaban en las actuales servidumbres convencionales de los géneros y/o subgéneros—, y el rigor constructivo de los grandes novelistas del XIX, para los que la historia estaba por encima del resto de consideraciones.

¿Combinar libertad y rigor? ¿Mande? Es el género de las preguntas, sí, en efecto. Para los lectores y, sobre todo, para los novelistas.

¿Está don Quijote loco? ¿Qué es Moby Dick? ¿Qué crimen ha cometido K?

Las grandes novelas contienen un punto ciego en su corazón, nos recuerda Cercas. Y todo lo que tienen que decir lo dicen a través de ese punto ciego. O lo que es lo mismo: lo dicen sin decir. Es la obligación del escritor proteger ese punto ciego, la pregunta central de cada historia: protegerle de las respuestas. O al menos de las respuestas explícitas, inducidas, las dichas en voz alta, o en voz tinta.

En toda novela hay una pregunta (al menos) y todo el contenido es una búsqueda, un intento de responder a la pregunta. La respuesta es la propia búsqueda, el libro; es decir: no hay respuesta. Qué putada. Las respuestas de la novela son esencialmente irónicas, abiertas, ambiguas, no taxativas: eso dice Cercas. No podría estar más de acuerdo. Y en este sentido creo que es donde adquiere todo su valor eso que también el escritor afirma —con palabras de Valery, continuidad perfecta— en el comienzo de la charla, cuando habla sobre los lectores vampiros: que son los lectores los que hacen las obras maestras.

Las buenas novelas son puertas abiertas. Las buenas novelas nos subyugan porque nos permiten terminar de escribirlas en nuestra cabeza y, así, desempeñar de veras nuestro papel activo en el proceso: ser de verdad lectores.

Si queremos escribir buenas novelas no deberíamos olvidar esto. Quizá nos ayude a renunciar a la complacencia y a la autocomplacencia; o a entender eso que veo a menudo que nos cuesta tanto: que narrar es desplegar, no explicar. Tenderíamos a algo más grande, con humildad, y no solo a la autosatisfacción. Y entiendo que querer forrarse (por legítimo que sea) está incluido en la última categoría.

DIARIO DE CAMPO Rosario Izquierdo

diario de campo

 

Dicen en la contraportada que Diario de campo es una novela diferente. Es cierto. La historia en primera persona de una mujer, de todas las mujeres, que llegan a la cuarentena y se comparan, y ven en las demás mujeres lo que a ellas les pasa y lo que no les pasa, lo que nos pasa a todos: que vivimos al filo de la exclusión, expuestos a la impermanencia, al golpe de suerte que destrone esa falsa seguridad en la que tantos confiamos.

Diario de campo es una novela social, pero social en el sentido en que todos lo somos, a veces a nuestro pesar, sin darnos cuenta ni querer reivindicar nada. Sociales e ignorantes de que, dentro de esa gran sociedad en la que vivimos, hay cubículos pequeños y hondos, opresivos, habitados por seres —los que nos ocupan son sobre todo mujeres— que siempre están esperando que lleguen tiempos mejores. Y que invariablemente desean contar su vida. Aunque al principio les/nos cueste soltarse.

La prosa de Izquierdo es rítmica, sentida, envolvente. Precisa y sensitiva: de esas prosas que se oyen en la cabeza con ese sonido puro que tienen las buenas películas. Teje las realidades de manera que se percibe cómo todas son lo mismo. No hay dualismo en ese estilo: no sería muy diferente si hablara de hombres, por más que para lo laboral ellos sean diferentes, como afirma, seguro que con conocimiento de causa.

No hay diálogos. No hay argumento como tal: el pensamiento no está sometido a la esclavitud de una trama, y sin embargo sí hay hilo conductor: ese informe para cuya escritura la protagonista recopila, y vive. El desenlace es la vida; y el camino, y la meta. El bienestar, el objetivo de fondo, siempre difuso. No sé si aparece alguna vez la palabra felicidad en el texto.

Este Diario de campo es emocionante, pero no sabe ser sentimental. Lo mismo que la vida. Nos lleva de paseo por rincones que, como a su protagonista, nos darían mucho, mucho miedo al principio a cualquiera. Por cubículos que aunque algunos sabemos que existen, no invitan al turismo. Esos en los que damos gracias sin palabras por no vivir en ellos, sin que nos demos cuenta de que no hay gran diferencia, de que compartimos las mismas convenciones y servidumbres.

Es la primera novela publicada de Izquierdo. Es una gran alegría leer novelas así, de voces nuevas, honestas, que te hacen desear leer sus siguientes trabajos. Espero que pronto.