SÍNTOMAS DE HONESTIDAD. «Para español, pulse 2» de Sara Cordón

 

Cómo me gusta detectar síntomas de honestidad en los textos. Honestidad que no está reñida con esa capacidad, a mi juicio innata, que deben tener los buenos escritores para presentar con habilidad los hechos de la narración y manipular así —una manipulación noble— al lector. Una manipulación no ideológica, sino para conducirles a los puntos que ellos consideran cruciales de la narración, ya sea por imperativos argumentales, por necesidad expresiva o, en un mundo ideal, por las dos cosas a la vez. En Para español, pulse dos, la primera novela para adultos de Sara Cordón, se detectan síntomas de esto. Además de un amor a la literatura, a la escritura, que trasciende a las páginas, a la historia, incluso a las debilidades del texto, y una mirada amable sobre las personas, incluso sobre los personajes más oscuros del texto. Agudeza y compasión son ingredientes que, combinados, devuelven un poco la fe en la humanidad, en estos tiempos de egos individuales desatados y alimentados por el hambre de  los ‘me gusta’, en los que tan premiado está el desplante, la crítica feroz, la lupa sobre el defecto ajeno, cierto ‘feísmo’, etc, etc.

Ay, la predicadora que vive en mí se me escapa al patio en cuanto me descuido.

Para español… es una novela de autoficción en la que se cuenta la historia de Sara, una joven aspirante a escritora española, que consigue una beca de escritura creativa en español en la universidad de Nueva York. La novela se extiende durante los dos años que dura la beca. Ese es el argumento. Habla de cómo alguien se convierte en escritor.

¿Os habéis preguntado alguna vez cómo se reconoce el talento? Es una pregunta que, desde luego, requiere más reflexión que la rapidez con la que escribo esto. Por ejemplo, uno de los síntomas de talento literario consiste en la capacidad de partir desde el detalle concreto, desde la circunstancia particular e incluso doméstica, y lograr crear algo que sea universal, que haga eco en muchos.

No es tan sencillo hacer esto, como tampoco lo es emplear este género tan de moda de la autoficción y no caer en el egocentrismo, ni en el narcisismo: tratarlo como una herramienta de expresión, reírse de uno mismo al convertirse en elemento técnico, en pura función textual; incluir la fantasía de la realidad como elemento para enriquecer el contenido, lo que da una dimensión de juego que enriquece la experiencia de lectura.

O mejor todavía: que da chispa, morbillo, diversión a dicha lectura. (¿No os parece también a vosotros que el verbo enriquecer implica aburrimiento? Serán cosas mías).

Hay un detalle técnico que Sara Cordón escoge y que delata con claridad, en mi opinión, un cierto pudor en el uso del género, así como la clara intención de hacer literatura, por encima de mostrar su vida, o de ronear de beca ante los demás: la elección de un narrador omnisciente, en lugar de la acostumbrada primera persona de este género.

Ese narrador omnisciente le quita peso y responsabilidad a la «autora-protagonista»; juega con el lector, le da una de cal y otra de arena. Es autoficción, sí, se pasea por el borde de la realidad, pero ese narrador  que podría volar parece estar ahí para recordarnos que todo es ficción. Puede que incluso la realidad lo sea.

¿Que se pone la tirita antes del daño de los posibles críticos al decir que sus personajes son algo planos, que la protagonista se difumina un poco entre la masa? Cierto. Es hábil, conoce los puntos flacos. Quizá ninguna obra de arte tendría que carecer de ellos; quizá lo más interesante no sea la perfección, sino la capacidad para hacernos pensar, o sentir, o reaccionar.

He encontrado también una colección de ideas y maneras que me gustan: la sutil mala leche, la ironía amable. La medida con la que presenta incluso lo detestable de los personajes: que a veces basta con mostrarlo, y dejar que sea el lector quien ponga los calificativos (¡ay si muchos autores aprendieran esto!). Me gusta la victoria del tesón y que las apariencias engañen, en el personaje de Poncho y su desenlace.

También hace pensar la idea central de la novela: que para convertirte en escritor has de conseguir la aceptación del resto de escritores. La dimensión social o tribal de esta mítica actividad de solitarios. Ni un editor, ni premios literarios, ni un gran éxito de ventas: aceptación de los pares.

Hay aspectos que no me han gustado, claro, y considero noble mencionarlos: las escenas del fútbol, por más que sean metafóricas y que hablen de bastante más de lo que hablan, me han resultado excesivas, incluso en el humor.

Así pues: desenfado, ironía, prosa impecable. Momentos de ternura de una protagonista que parece extraviada toda la novela, como todos lo hemos estado alguna vez, o lo seguimos estando. Y se lee de un tirón: no porque prometa un gran desenlace, al modo best-seller, sino porque el periplo es divertido, interesa, es humano; porque habla de nosotros. Y porque habla de ella, de Sara, y nos permite recorrer con generosidad y honestidad (y es auténtica demostración) el camino por el cual un ser humano (ella, quizá) se convierte en escritor.

EL AMOR QUE TE MERECES Daria Bignardi

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El amor que te mereces. Daria Bignardi (Ed. Duomo Nefelibata. Barcelona, 2017)

Alma y Antonia, madre e hija, narran esta historia aérea, sutil, que ocurre en Ferrara, que ocurre en la familia. Antonia es una escritora de novela policíaca embarazada de su primer hijo que se empeña en ir a Ferrara, la ciudad donde creció su madre, e investigar qué pasó con Maio, su tío, desaparecido muchos años atrás.
La desaparición de Maio, único hermano de Alma, amigo inseparable, destruyó a la familia: meses después el padre se suicida, y al poco tiempo, la madre enferma y muere. La desaparición de Maio es una herida abierta en la familia que, quizá, Antonia quiere ayudar a cerrar antes de que nazca su hijo, para afianzar su base, el sustrato donde la pequeña Ada (que así llaman al bebé cuyo sexo desconocen aún) hundirá las raíces de su existencia.
Pero, como en la vida misma, conocer no significa comprender, ni sanar, ni despejar incógnitas. A veces, saber lo que pasó solo produce nuevas preguntas. Quizá en materia de familia baste con aprender a aceptar a los otros, con quererlos imperfectos, tal y como son.
Lo cual no quiere decir que saber de dónde venimos, qué pasó a nuestros antepasados no nos ayude a atar cabos de muchos detalles. Sobre todo cuando lo que subyace debajo del pasado familiar es una tragedia importante, que siempre termina por resurgir e impregnarlo todo, por más que uno ponga capas y capas de silencio encima.
La familia Sorani, como tantas otras familias europeas, comparte un pasado desgraciado, el horror del Holocausto; un pasado insoportable para los que sobreviven. Quizá es ese pasado, o son más bien sus tentáculos invisibles, el que determina el secreto de Maio, su desaparición, que cambió por completo la vida de Alma, una vida que durante un tiempo estuvo más que rota.
El amor que te mereces es una novela que dice mucho más de lo que cuenta. Dice más de lo que se anticipa en el texto de la contraportada. No cae en el tópico de meternos en una complicada investigación, en un argumento enrevesado, para contar su historia; ni se vale de los recursos habituales de la intriga para captar la atención. No encontraran en ella el ritmo esperado en una novela policíaca, aunque haya policías y haya caso. Con lentitud y paciencia desgrana una de esas historias que solo terminan de escribirse en la mente del lector; en las que parece que no han sucedido grandes cosas, hasta que empiezan a cuajar en la cabeza acciones y omisiones, personaje por personaje, y se hace visible esa subtrama no explicitada que da sostén desde lo invisible a todo el artefacto.
Pensamos en Maio y nos preguntamos si es la familia siempre lo que más nos conviene. O si no sería a menudo mejor para todos buscar en otro lugar ese amor que merecemos. Y así nos deja esta novela, pensando. En ellos, en la niebla de Ferrara. En si es posible curar ciertas heridas, en si damos o recibimos el amor que merecemos.

EL TEMA DE NUESTRAS NARRACIONES

O cómo escribir relatos con sustancia

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¿Te has preguntado alguna vez de qué van tus relatos? No en general, me refiero, sino cada relato en concreto. ¿Has terminado de escribir y te has preguntado qué (demonios) querías decir con eso?

Sí, como te imaginas es una pregunta trampa.

Y tiene segunda parte.

Bien: supongamos que te has hecho esa pregunta. ¿Qué te has respondido? Piénsalo.

Si a la pregunta de qué quería hablar en mi relato, o de qué va mi relato, te has respondido con un resumen del argumento, de lo que pasa, tengo malas noticias para ti.

  1. O bien necesitas pensarlo un poquito más, y extraer el fondo, la esencia, a partir de eso que les pasa a tus personajes
  2. O bien, en el peor de los casos, no hay más cera que la que arde, y tu relato se limita a poner en movimiento a los personajes, a obligarles a actuar, a moverse, sin un objetivo de fondo, por así llamarlo.

Quizá suene un poco tonto decirlo, pero os aseguro que obedece a una necesidad observada empíricamente en muchos de los textos que caen en mis manos: toda narración debe tener un tema de fondo.

Un tema esbozado de antemano, en nuestra planificación. Lo que significa que hemos tomado la decisión de hablar/pensar sobre algo con nuestras historias. El tema de nuestras narraciones es lo que les da una corriente de significado interno que mantiene cohesionado el contenido, lo que nos facilita que todo resulte coherente.

No me refiero a que los textos tengan una moraleja, o moralina, o un objetivo adoctrinador, ni nada de eso. Me refiero, insisto, a que hablen de algo, a que exploren algún concepto más allá de que James Bond desmonte el tinglado de tráfico de armas del malo maloso de turno. El amor, la soledad, la vida, la envidia, la cólera y sus efectos, el miedo, la pérdida, las enfermedades venéreas… Se trata de dar una carga de profundidad, de contenido a nuestras historias, más allá de la pura acción.

El tema es ese regusto que se queda en el paladar después de leer la aventura. Es lo que nos mueve a reflexión y, con algo más de suerte, a emocionarnos.

Por supuesto, no es necesario ponerlo en palabras, ni por el narrador ni por los personajes. Es más, debería estar prohibido enunciar el tema de la historia en voz alta.

El tema es más bien como un faro: está ahí, para que lo pinte Hopper, en lo alto del acantilado. La luz que emite no nos vale para iluminar el camino que tenemos delante, no para evitar los tropiezos de la marcha. Su luz nos sirve para que sepamos que caminamos en la dirección adecuada, para ayudarnos a trazar el rumbo hasta nuestro destino, sin perdernos, ni alejarnos demasiado, ni estrellarnos contra las rocas.

Mantener en mente el tema del que queremos escribir evita que nuestros personajes se distraigan de sus conflictos y tomen derivas peligrosas.

Sí, ya sé: es súper guay cuando estamos escribiendo y un personaje sale por peteneras. Y demuestra que tiene vida propia, toma decisiones, se demarca de nuestros designios, y bla bla bla. Que nuestros personajes se pongan creativos, lo que pasa a menudo cuando escribimos, puede tanto aportar cosas buenas, como arruinar nuestras narraciones.

La pregunta que hay que ser capaz de hacerse cuando esto sucede es: ¿me aleja esta novedad del camino que había trazado? ¿Se sale del tema?

Si la respuesta es NO, y todo se mantiene dentro de la linea coherente, avanti!

Y si la respuesta es , mi recomendación es que anotes la idea en ese cuaderno que todo escritor debe tener a mano, pues puede ser un germen excelente para otra historia, y que continúes escribiendo tu novela.

Pero, a lo que iba: nuestros relatos deben hablar de algo, explorar algún concepto más o menos profundo; alguna idea que quizá, con suerte, pueda aportar algo al lector, más allá del puro entretenimiento, de la intriga, o de la emoción.

Espero explicarme bien: no se trata de que por obligación debas desarrollar una tesis doctoral, filosófico-existencial-judeomasónica-carpetovetónica en tus historias. No es eso.

Se trata de que tus relatos tengan más enjundia, que no sean algo parecido a esas conversaciones sobre el tiempo o sobre la crisis que mantenemos en los ascensores.

Créeme: si te lo digo es porque es dolorosamente frecuente encontrarse con textos que, en realidad, no hablan de nada. Y estos, my friend, no son más que una pérdida de tiempo, de recursos, etc. Y además nos dejan esta cara

y nos provocan arrugas y otros desastres.

Pues eso.

Corto y cambio.

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CARTAS A THEO

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CARTAS A THEO. Vincent van Gogh  (Alianza Editorial, 2008)

Hay libros que esperan agazapados para encontrarte y recordarte algunas verdades incómodas, o sueños dejados a un lado por pereza o por miedo.
El sueño del arte es uno de ellos, recurrente para muchos. Ser artista, cada uno en lo suyo, y ganarse la vida con ello es una quimera que muchos sostenemos , pero que solo unos pocos consiguen. Luego están aquellos magos para los que el dinero es algo secundario, y el arte se abre camino en ellos, y arrasa con todo. Son los genios, los que perduran, pues su pasión es tal que vence a la pereza y al miedo y a todo lo que se ponga por delante.
Adoptar a van Gogh y a su testimonio vital como coach tiene sus riesgos, como cualquiera puede suponer. Ya nos sabemos el final, y aunque parece evidente que la genética o la psicopatología tienen mucho que ver en éste, siempre nos quedará la duda de si suficiente pasión/obsesión, puesta en cualquiera, obtendría resultados similares.
Lo que parece claro es que en su caso (y quizá en cualquier caso) la combinación de trabajo intenso, dedicación total y talento produce genialidad. Obras de arte que renuevan y dignifican las disciplinas; que mejoran la vida de las personas que podemos disfrutar de ellas.

También hay otro factor, que bien podría ser una boutade (aunque pienso mucho en ello, no termino de aclarar mis ideas al respecto): ese que afirma que solo las buenas personas llegan a la cima. No quisiera meterme en estos jardines, pues ya todos sabemos de muchos y muchas que dejaron textos y/o testigos de que fueron poco honrados, poco bondadosos, o incluso repugnantes seres humanos, y que llegaron a la susodicha cima, sin embargo.
No es el caso de van Gogh, a pesar de que no debió ser una persona de convivencia grata. Sus cartas no solo nos acercan a la realidad peculiar de su existencia, a su inquietud y compromiso artístico, además de a detalles del desarrollo de su técnica pictórica; sobre todo nos acercan al ser humano sensible, que se detenía a observar el mundo y permitía que lo que veía lo permeara y lo llenara de emociones. Un ser humano deseoso de amar, de ser útil, de aportar algo de valor a los demás. Y vaya si lo hizo: no hay más que mirar sus cuadros, que tanta felicidad (y placer estético) siguen produciendo a millones de personas. Porque hay que tener mucho amor para sacrificar el corto tiempo de nuestras pequeñas vidas a un único propósito, con lo que implica de renuncia de todo lo demás, de la vida normal.
Él incluso sugería el amor como forma de conocimiento:

Ama a tal amigo, tal persona, tal cosa, lo que tú quieras y estarás en el buen camino para saber más después, he aquí lo que me digo. Pero hay que amar desde una alta y seria simpatía íntima, con voluntad, con inteligencia, y hay que tratar de saber siempre más y mejor. (Carta 133).

Necesitaría varias decenas de páginas para resumir y citar tanto como creo imprescindible en este texto, que no es sino una recopilación de las mejores cartas que el pintor escribió a su hermano durante los años comprendidos entre 1873 y 1890, año de su muerte. Ya todos sabemos que se suicidó (otras teorías aparte), un desenlace que, por desgracia y dolorosamente, se ve venir casi desde la primera carta; hacia el que apuntan numerosos indicios visibles en su texto.

Yo siento en mí un fuego que no puedo dejar extinguir, que, por el contrario, debo atizar aunque no sepa hacia qué salida esto va a conducirme. No me asombraría que esa salida fuese sombría. Pero en ciertas situaciones, vale más ser vencido que vencedor, por ejemplo, vale más ser Prometeo que Júpiter. (Carta 39).

Pero no quiero quedarme en la anécdota de su muerte. En sus escasos 37 años, Vincent van Gogh vivió mucho más, y aportó mucho más que tantos individuos que se arrastran por el planeta hasta los noventa y tantos años cobrando su pensión. Lo que quiero al traerle a este espacio, es rendirle un humilde homenaje por dejar escrito un testimonio que podría ser la biblia de cualquier artista, una fuente de motivación que empuja a la acción, a la renuncia, a la perseverancia, por amor al arte, a lo que es bueno y es bello; o a lo que es, simplemente. Pero no solo por eso, sino por ser además, un texto excelente, lleno de fuerza que demuestra que van Gogh no solo era un gran pintor, sino también un lector avezado y crítico, y un escritor notable.
¿Qué es ser un escritor notable? ¿Qué cualidades debe reunir? Sí, yo también me lo pregunto. Por mencionar algunas de esas cualidades, al buen tuntún, de las que encuentro en las cartas, diré por ejemplo, un uso preciso del lenguaje; con ritmo, cargado de significado, de autenticidad, de verdad; lleno de emoción y de belleza en muchos momentos; funcional y expositivo cuando el contenido lo hace necesario… Es más de lo que se puede decir de muchos textos de autores conocidos, ¿no os parece?

He subrayado tantas frases maravillosas e inspiradoras que me resulta imposible traerlas todas, y muy difícil escoger. Me quedaré con unas pocas, las que más me han tocado. Otras las iré poniendo en el apartado de citas del blog. Os animo a sustituir pintar/dibujar por escribir, o pintor por escritor, y veréis como salen las cuentas.

Pero hay que aprender a leer como debe aprenderse a ver y aprender a vivir. (Carta 133)

El arte es un combate. En el arte es necesario jugarse hasta la piel (carta 180)

¿Qué es dibujar? ¿Cómo se llega? Es la acción de abrirse paso a través de una pared de hierro invisible, que parece encontrarse entre lo que se «siente» y lo que se puede. (Carta 237)

La grandeza no es una cosa fortuita, sino que debe ser deseada . (carta 237).

Y sin ánimo de abrir el manido debate entre arte y comercio, me atrevo a incluir esta cita, que quien quiera entender, entenderá:

El pintor por deber tiene que (…) utilizar toda su inteligencia, poner todo su sentimiento en su obra, para que ella se vuelva comprensible para los otros. Pero trabajar con miras a la venta no es precisamente el verdadero camino, a mi modo de ver, sino más bien cagarse en los aficionados. (Carta 221)

No me extiendo más. Espero haberos abierto el apetito. Leed a van Gogh, mirad sus cuadros. Corred, insensatos. Y haced caso a este último consejo.
Y yo digo: pintemos (tú pon: escribamos) y produzcamos en abundancia, y seamos nosotros mismos, con nuestros defectos y nuestras cualidades.»(carta 399)

 

Foto: Vincent van Gogh Pinturas, Óleo sobre tela. Saint-Rémy, Francia: febrero, 1890. Museo Van Gogh
Amsterdam, Los Países Bajos, Europa. F: ;671, ;JH: ;1891

 

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Me llamo Lucy Barton. Elizabeth Strout

foto-lucy-barton Ed. duomo Nefelibata (Barcelona, 2016).

Me alegra ver esta novela en la lista de más vendidos, aunque me produce, lo confieso, cierta incomodidad un poco esnob. El prejuicio adquirido no sé dónde de que lo que es del gusto popular no puede ser exquisito (en lo que a cultura se refiere). Sin embargo, tiene mucho sentido. Que venda mucho, quiero decir. Todos tenemos heridas abiertas, ternuras inconfesables, una infancia que late aún. Todos repetimos lo que queremos oír. Algunos seres excepcionales incluso son capaces de dar lo que quieren recibir (y apostaría que, en ese caso, es también lo que reciben).

De eso, en mi opinión, va esta novela breve y magnífica. De un ajuste de cuentas, de una reparación, del hecho de aceptar el amor imperfecto. El que damos y el que recibimos. De las personas que nos cruzamos y que componen nuestros paisajes. De nuestros seres queridos y sus amores imperfectos. De nuestros padres, nuestros hermanos.

Quizá alguno de esos críticos varones, blancos, dirían que esta novela es una novela menor; o que carece de estilo. He oído cosas que no creeríais… aquello de que el verdadero estilo literario es aquel que usa largos periodos, proposiciones subordinadas, palabras que solo conocen los miembros de la RAE, (y puede que no todos). Os lo juro, hay quien lo dice.

Así que en efecto, Me llamo Lucy Barton no habla de los grandes temas masculinos por excelencia, y lo que cuenta lo hace con frases cortas, sencillas, y con un léxico al alcance de cualquiera. Así nunca pasará al canon (según ellos, claro está).

Entre tanto, comete el imperdonable pecado de convertirse en un best-seller, y así algunos tenemos el gran privilegio de que esta novela sensitiva y profunda caiga en nuestras manos y nos emocione, y nos haga pensar, y nos mueva a escribir. Y nos deje una huella, un cambio, un grado más de apertura en nuestro campo visual (Gracias, María Tena por la recomendación).

Cuenta la historia de Lucy Barton, una mujer que se crió en la pobreza, en la América profunda. En la pobreza física y también en la emocional. Junto a una familia deprimida, en la que la expresión de los sentimientos parecía ser un lujo fuera del alcance, pues quizá no se podían permitir nada que abriera una grieta en la piel. Lucy cae enferma y su madre, que jamás había cogido un avión, cruza el país para pasar cinco días al lado de su cama de hospital. Y a partir de este hecho, alrededor de esos cinco días de ser juntas, esa madre y esa hija, esa narradora en primera persona que es Lucy, desgranará el núcleo de su vida a través de detalles cotidianos y sencillos. Una colección de impresiones, (que se hacen más breves y agudas, conforme nos acercamos al final del texto) que, sin una trama organizada, conforma una precisa estampa de la vida de la protagonista. Hasta que ella misma es capaz de reconocerse en esas impresiones y de decirnos su nombre.

En estos tiempos tan extraños como simples que corren, escribir una novela en primera persona parece un acto de valentía. Alguien habrá que diga que, en realidad, se trata de autoficción (aunque para eso incumpliría el santo precepto de haber bautizado a su protagonista como Elisabeth Strout). Hay vida y verdad en las páginas ligeras y frágiles de Strout. Hay una mirada que sabe ver. Hay amor y ganas de amar. ¿Cuántos de nosotros amamos de verdad a las personas que nos rodean?, o mejor dicho, ¿cuántos somos capaces de darnos cuenta siquiera de que amamos? ¿Y cuántos de nosotros somos capaces de decirlo?

Siempre hay una herida con los padres. Incomprensiones, palabras no dichas; algunas por fortuna. Siempre, un deseo nunca satisfecho y una marca, más o menos honda. Son hechos que se muestran en lo pequeño, en las conductas. A veces, los hermanos actúan de espejos y nos cobran las deudas que percibieron en ellos, en los padres. La muerte suele ser el catalizador de todo esto. La regeneración, el hecho más necesario y más doloroso de la vida. Dejar paso, desprenderse. Quedarse solo. Solos con nuestra tristeza, universal y privativa. Con ese dolor primario que abrazamos contra nuestro pecho, ya desde niños.

También hay algunas reflexiones sobre el hecho de escribir, en boca de Lucy (porque Lucy es una escritora, pero no como los escritores de Auster o de otros: es una escritora que no se atreve apenas a decirnos que lo es). Por ejemplo, que no hay que preocuparse por lo que contamos, puesto que tenemos una sola historia. No sé si estoy muy de acuerdo con ella, pero qué importa eso.

Y otra, que se me ha quedado vibrando: para ser escritor hay que ser implacable. Ser implacable en buscar lo que se quiere, y en no aceptar lo que no se quiere. Ambas son caras de conseguir.

También nos recuerda que un escritor es alguien cuya tarea no es otra que dar a conocer la condición humana (si con subordinadas, palabros o incluso con música, no dice nada). Y enfrentarse al papel con un corazón abierto…

Les recomiendo que lean a Strout, que valoren y, sobre todo, que sientan. Las palabras de Lucy son de cristal y a veces se quiebran si las apretamos demasiado en nuestras propias hormas. Así que cuidado al leerla. Avisados quedan.

EL GOZO DE ESCRIBIR, de Natalie Golberg

el gozo de escribir

Le he dado muchas vueltas a cómo recomenzar mi andadura en este espacio, que, aunque lo pareciera, nunca ha estado abandonado del todo. Me he decidido por hacerlo para hablar de un libro: El gozo de escribir, de Natalie Goldberg.

¿Por qué? Porque es un libro que para mí significa el eterno retorno. Porque Goldberg pone en palabras muchas de las cosas que siento, como humanita y, sobre todo, como escritora. Y como no creo que yo sea muy distinta de cualquiera, seguro que a ti te sirve.

Cuando gané el primer concurso literario preparé en un papelito unas palabras por si acaso tenía que hablar en la ceremonia de entrega. Estas palabras estaban encabezadas por una cita de este libro:

“Hacer algo con la totalidad de nuestro ser significa emprender un viaje en solitario. (…) Cuando escribimos un libro estamos completamente solos”.

Luego hablaba de que gracias a reconocimientos externos, como premios literarios así, una se salva de terminar coleccionando bolsas de basura. Y también daba las gracias a amigos y familia, por aguantar las soledades, etc, etc. Todo este rollo para que al final no hubiera espacio para leerlas.

A lo que iba: Natalie Goldberg y su libro me han acompañado en este viaje solitario desde sus comienzos. Y presumo que me acompañarán hasta el día en que no pueda hilar dos palabras seguidas.

Si tuviera que señalar la característica que más me gusta del libro es, sin duda, la autenticidad, la voz personalísima con la que está escrito. Y también la puntería, y la solvencia: sabe de lo que habla, y se permite la humanidad de compartirlo. 

Y me rechifla la vulnerabilidad que desprende. (No sé por qué creo que solo se puede escribir desde la vulnerabilidad. A lo mejor me lo tengo que mirar).

El texto se compone de una colección de artículos breves y ágiles, en los que habla de la escritura y de la vida, y sobre todo de cómo seguir vivos cuando tenemos la santa manía de escribir. Seguir vivos, cuerdos, dignos y en activo. Escribiendo, se sobreentiende.

Es un libro mágico, además.

¿Que no me crees?

Te invito a que no pierdas más el tiempo y vayas a comprarlo. Así podrás comprobar en tus propias carnes que es imposible, repito IMPOSIBLE, leer más de, pongamos, veinte páginas del libro seguidas.

¿Por qué? Porque desencadena unas imperiosas ganas de escribir. Vamos, la sensación de que uno se escribe encima. Y no queda más remedio que dejar de leer y empezar a mover los dedos. Escribir en el diario, un poema, esa carta de amor que llevas atascada en el gaznate desde hace años, la lista de la compra… (esto último a mí no me ha pasado nunca).

Dice todas las cosas que los escritores queremos o mejor dicho, necesitamos escuchar: que hay que tener fe en lo que uno ama, y seguir practicando. Que no queda más remedio que enfrentarnos a nuestros miedos, al mayor miedo de todos: no tener nada que decir. 

El auténtico chute de autoestima viene de una idea revolucionaria en un mundo con seis mil millones de humanitos: que nuestras vidas son importantes; que lo que escribimos puede ser importante para alguien más que para nosotros. Que nuestros relatos, poemas, novelas pueden inspirar, animar, entretener, o incluso ayudar a comprender mejor el mundo y a las personas. Y que por eso escribir requiere de esas dos palabras que pueblan las pesadillas de tantos:

COMPROMISO

DISCIPLINA

Igual que requiere perder el control, y ser amables con nosotros mismos y con los demás. Y comernos un dulce de vez en cuando, y disfrutar de una vida llena de detalles; incluso convertirnos, como escritores que somos, en los adalides de esos detalles que ayudan a vivir el mundo con intensidad.

No solo tiene bonitas palabras. Muchos de los capítulos terminan con una call to action: sugerencias para ponerse a escribir desde ese mismo instante.

Además mete el dedo en la llaga con varios de los aspectos fundamentales para asegurarnos de que lo que escribimos es bueno: el control del calidad del tiempo, y la necesidad de repasar y reescribir nuestros textos.

Con todo esto, no llego a dar ni siquiera una pálida idea de la intensidad y energía que contagia este libro. Imprescindible, en mi opinión, para todo aquel que quiera escribir. Y para quien esté bloqueado.

No podría terminar esta entrada de otra manera que no fuera con alguna cita del libro. Creo que la más se ajusta al objetivo de este blog (o la que más necesito yo también oír en este instante) es la siguiente:

Abandonaos completamente. Desde ahora en adelante sed totalmente escritores”

Así que ya sabes: ¡a escribir!

Y si te ha gustado la entrada, comparte.

Y si me haces caso y lo lees no te olvides de regresar por aquí y decir qué te ha parecido.

LA ESTRUCTURA DE LA NOVELA I

Habíamos empezado a hablar del estilo y de los personajes, y nos faltaba el tercer pilar fundamental de nuestras novelas: la estructura.
La estructura es la distribución y orden de las partes de algo (DRAE).
Los lectores, —tú también te habrás dado cuenta— agradecemos un montón que los textos presenten cierto orden. Para empezar, la distribución del material de la novela en partes, capítulos, escenas; prólogo, epílogo, etc., o estructura externa, facilita la comprensión de lo que leemos. No te digo nada de lo que facilita el trabajo a la hora de escribir.
Merece la pena dedicar un tiempo a trazar la estructura, por básica que sea, antes de sumergirnos en la escritura. Pero, evidentemente, cuando hablo de dedicar tiempo a pensar en la estructura, no me refiero a pensar en cuántos capítulos va a haber o cómo se van a titular. Me refiero a algo más profundo, o interno.
A lo me refiero es que hay pensar qué vamos a contar, y/o qué queremos contar con nuestra historia.
La primera división, por todos conocida, que hace referencia a la estructura de un texto es el famoso planteamiento, nudo, desenlace. Ya Aristóteles en su Poética habló de esto. Si dividimos nuestras historias en tres actos, veremos que se corresponden a esta división primaria: el primer acto es el planteamiento, donde sentamos las bases del relato; el segundo acto suele servir para desarrollar el nudo (y arranca con el primer punto de giro, te lo digo para que te vaya sonando); y en el tercer acto se suele recoger lo acaecido en el nudo, de modo que nos conduzca al desenlace.
Bien. Ni que decir tiene (¿o tal vez sí?), que todo esto corresponde a un esquema clásico de novela. Las formas de la posmodernidad han tratado de superar este esquema y de encontrar en la ausencia de estructura —historias fragmentarias, sin planteamientos, ni nudos, ni desenlaces, ni argumentos premeditados, en teoría— una nueva estructura. Si lo logran o no, es otra historia.

La pregunta del millón ahora es:
…pero, planteamiento, nudo y desenlace ¿de qué?
Y aquí es cuando se hace necesario hablar de las tramas.

Nuestras historias se componen de una secuencia de acontecimientos, que arrancan con un planteamiento y terminan con el desenlace: el final, the end. En función del tipo de relato que queramos contar, esta secuencia encerrará más o menos acción. A dicha acción pura, para entendernos, la llamaremos argumento.
En un esquema compositivo clásico, la estructura principal de la novela, (argumento, hilo conductor, o trama principal) la formarán la secuencia de acciones que realiza, o en las que se ve envuelto, el personaje principal y que componen una historia. Estas acciones constituyen un esqueleto que da forma a la novela.
En las novelas de acción, la trama principal será más abundante. Es decir, si nos pusiéramos a contar palabras, la mayor parte de estas narrarían las acciones que envuelven al prota.
En las novelas cuyo objetivo no es tanto contar una historia de acción, sino promover la reflexión, crear una impresión estética, etc, veremos a los personajes envueltos en palabras que no impliquen tanta acción. A todo esto, a la corriente de significado que subyace a la historia “principal” y que narra la evolución interna, psicológica, emocional, del personaje la llamamos subtrama emocional o trama secundaria. (Ojo, no confundir con historia secundaria).
La estructura de la novela, ese hilo conductor que induzca al movimiento de los personajes, suscite sus conflictos y sus deseos, espolee sus acciones, suele depender en primera instancia de la trama principal.
Por pocas que haya, y someras que sean, son las acciones de los personajes —organizadas de modo que cuenten una historia—, las que soportan y dan estructura a la novela.
Cuidado: somera no quiere decir débil, ni es un presentador de la tele. atrapapeq

Somera quiere decir liviana. Por poner un ejemplo harto conocido: mojar una magdalena en una taza de té es una acción somera; desembarcar en las playas del Normandía el día D podría considerarse una acción un poquito menos somera. Y, sin embargo, esa acción de la ultrafamosa magdalena da sostén argumental a un monstruo enorme de subtrama emocional.
Ya sé que he simplificado todo demasiado, pero espero que me hayas comprendido. Si no lo has hecho, quizá sea porque necesitas leer a Proust, En busca del tiempo perdido, Vol I: Por el camino de Swann.

Así pues, yo si fuera tú y quisiera empezar a definir la historia que quiero contar en mi novela, empezaría a pensar cuál va a ser la trama de acciones o trama principal, qué va a pasar, con la clara intención de conformar con estas acciones una estructura sólida de la que poder colgar todo el resto de elementos que hacen que las novelas valgan la pena (descripciones, reflexiones, historias de amor, sexo y masoquismo, soflamas políticas, recetas de cocina, etc).
(Esto es un poco en broma, por si todavía no te habías dado cuenta: ya os sermonearé con qué cabe y qué no cabe en una novela).

Ahí va un ejemplo muy de moda: un clásico ejemplo de trama principal son las pesquisas del detective de la novela policíaca-negra en pos de aclarar quién mató al cadáver que hemos presentado en el planteamiento. Mientras él investiga, su vida sigue y podemos contar cómo se enamora de la sospechosa buenorra, cae en sus redes; pero comprende al final que necesita una vida buena, así que renuncia a la buenorra y vuelve con Mari Carmen, su novia de toda la vida… Los tópicos son útiles a menudo para explicar la realidad.

Quizá, llegados a este punto, te estés preguntando cuántas acciones hacen falta para conformar este esqueleto. De eso hablaremos en la siguiente entrada sobre la estructura, pero te adelanto que al menos necesitas tres: los tres puntos de giro.

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¡BUENAS NOTICIAS, ESCRITOR!

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En los tiempos que corren no es fácil que nos den buenas noticias, y menos todavía si eres escritor. Que si los libros no se venden, que si nadie lee más allá de 120 caracteres; que si solo publican los presentadores de televisión, que si la abuela fuma… Poner el telediario se convierte en un deporte de riesgo. Sin embargo, tal día como hoy, y a pesar de que estamos en septiembre, vengo a darte una buena noticia, sobre todo si quieres convertirte en escritor; si ya lo eres, es mejor que dejes de leer, porque ya te habrás dado cuenta tú solo de lo que voy a decirte y estarás muy ocupado…

¿Estás preparado?

Bueno, allá va:

Un escritor no se aburre nunca

 

¿Cómo se te queda el cuerpo? ¿Esperabas otra cosa, del tipo: conozco un multimillonario que busca convertirse en tu mecenas; o el Ministerio de Cultura va a crear chorrocientas becas anuales de creación para escritores?
Si te has quedado decepcionado te invito a que te detengas a pensar un momento en esto, que en realidad es un pensamiento revolucionario que puede cambiar tu vida.

Vale, lo mismo me he puesto estupenda con eso de revolucionario, pero te aseguro que sí que es algo que puede cambiar tu vida.
Ya te habrías dado cuenta de ello a estas alturas, si en tu fuero interno te consideras un escritor (aunque te mueras de vergüenza de decirlo en voz alta): la vida es la materia de la que se nutren las novelas. Todo está en la realidad. Los cerebros prodigiosos recogen esas percepciones nuestras de cada día, las mezclan, las rumian sin querer, las devanan. Si consiguen dejar de navegar por Internet, se sientan a trabajar y nos ofrecen esas maravillosas novelas, o relatos, cuya lectura consigue cambiarnos, hacernos creer por un momento que somos otros o que podríamos serlo; o que estamos en otro lugar, en otras pieles.
Ahí lo tienes: el misterio a tu alcance. Las ilimitadas costumbres, gestos, conductas, situaciones que viven los seres a tu alrededor cada día, a cada momento. Tus propias percepciones, reacciones, conductas ante la forma de actuar de los demás contigo. Todo es materia para la imaginación, y objeto del interés de un escritor.

Si quieres aprender a escribir hay que aprender a mirar primero. A escuchar. Qué dichos o gestos de tu suegra te cabrean más. Cuántas veces repite tu cuñado la palabra “yo”. Cómo la abuela mantiene su propia conversación aparte, eterna y paralela, durante la cena de Navidad, aunque hayáis cambiado de tema mil veces. Aprender a escuchar.
Si tienes la conciencia de que debes afinar la vista y el oído, de que a tu alrededor palpitan ya enteritos y con vida propia esos miles de detalles que harán de tus novelas algo excepcional, es imposible que te aburras viviendo. Lo que no quiere decir que no te vaya a tocar soportar situaciones aburridísimas. Esa es la buena noticia: incluso en esas situaciones tienes mucho con qué entretenerte. Y si no hay nada alrededor que escuchar, fisgar, espiar, etc, mírate, escúchate, espíate a ti mismo. Lo mismo te sorprendes.
Si le coges el tranquillo, a lo mejor no necesitas encerrarte en casa a jugar con la video consola o a ver la televisión. Incluso puede que tu cerebro no se quede en standby mientras tanto y veas ésta con nuevos ojos científicos. Y, sobre todo, humanos. Porque ese es el interés que late o que debe latir en tu afán por escribir: aprender sobre lo humano, mostrar cómo somos, hacer arte con la vida, convertir la vida en arte.
Es rentable y, además, es divertido.
¿Todavía no te ha pasado nunca que se echen a reír los comensales de la mesa de al lado y tú con ellos, mientras todos los de tu mesa te miran muy, muy serios?
Pues entonces es que todavía no eres escritor.

viejalvisilloTú no cuentes ná, que ya lo cuento yo en una novela

Las personas oscuras, pesadas, malignas, o sencillamente peculiares son auténticos filones; y sus conductas, guías de composición del personaje. Así que deja de chasquear la lengua con fastidio cuando te cruces con uno de estos; no hagas caso a tu ego, a quien agravia su presencia: observálo, quédate con sus detalles, con sus palabras maleducadas o egocéntricas, con sus comportamientos tontos, egoístas o incluso perversos… Ya te vengarás, ya. Tal vez creando un personaje redondo a su costa.

Es posible que, a partir de esta observación, nuestra opinión acerca del ser humano empeore, aunque si somos inteligentes es probable que nos demos cuenta de que no hay demasiada diferencia entre las manías de los demás y las propias. Es decir: que también nosotros hemos podido inspirar a algún personaje tipo Mr Scrooge, Cruella de Vil, o los Dos tontos muy tontos, en varios momentos de nuestras vidas. A lo mejor tu empatía y compasión hacia los semejantes aumente y te conviertas en mejor persona. Y así, acumularás Karma positivo y, ¿quién sabe?, quizá encuentres editor.
Pero sobre todo habrás aprendido, disfrutado del camino y le habrás dado una patada en el culo al aburrimiento. Con esto sí que puedes contar.

¿Te has aburrido con esta entrada? Pues déjame que te diga que así no vas por el buen camino.
Es broma.
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LO QUE RAFI QUIERA

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He visto este video de Elizabeth Gilbert varias veces. Cada vez me gusta más lo que dice y cómo lo dice. Así que hoy he decidido empezar a cuidarme y a delegar presión. Y ahí es donde entra Rafi.

Te presento a Rafi. Ha venido a ayudarme a mantener mi cordura. He decidido hacerle un hueco en mi hogar y permitirle que me acompañe, que se acostumbre a mí, el tiempo que quiera quedarse.

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Rafi es mi genio creativo. He decidido bautizar así a esa musa esquiva que me dicta las ideas al oído. Las buenas y las malas. Que a veces se presenta cuando nadie la llama ni puede atenderle; o hace caso omiso de mis llamadas si me siento frente al ordenador, con la intención de escribir la gran novela española de todos los tiempos y entrar en el [typography font=»MedievalSharp» size=»24″ size_format=»px» color=»#e60712″]CANON[/typography] con zapatos y todo.

Seguro que tú, si escribes con cierta frecuencia, también has experimentado ese momento de magia: estás concentrado delante del ordenador, los dedos se mueven rítmicamente. Sabes qué tienes que escribir; o mejor dicho, sabes adónde quieres llegar, aunque desconozcas cuáles van a ser las palabras exactas, la escena detallada, los movimientos concretos de los personajes. Sin embargo las palabras fluyen al ritmo preciso de las ideas, y pronto el tiempo ha fluido y el capítulo, o el relato, está terminado. La primera versión. A veces, al día siguiente o al otro, cuando repasamos lo escrito nos quedamos sorprendidos: ¿fumé algo que no recuerdo?, piensas, ¿esto lo he escrito yo?

file261287264187balloon-boy¿Recuerdas?

A mí me ha pasado varias veces: en concreto una, o ninguna.

Es broma

Mi conclusión ha sido una lección de humildad: la esencia de lo que escribimos reside en nuestro subconsciente.
Creo firmemente que un día la ciencia descubrirá cómo funciona, aunque no tengo claro que esto sirva para algo. (Mira a Freud). Seguiremos percibiendo cientos, miles, de estímulos al cabo del día gracias a nuestros potentes receptores sensitivos, y esa máquina de análisis, integración y almacenamiento que es nuestro cerebro seguirá conservando las que le dé la gana sin preguntarnos nuestra opinión, sin contar nada más que con Rafi, al parecer.
En esa primera etapa de la escritura, cuando las ideas fluyen, o cuando escribimos desde la página en blanco, es cuando lo que tenemos dentro sale de forma más pura, sin censores. En mi opinión es una fantasía pensar que controlamos algo en ese proceso. Es cierto que después no queda más remedio que reescribir, que pulir ese bloque de piedra que a veces es el primer borrador, hasta extraer de él la narración, y que eso sí que tiene que ver mucho con nuestro trabajo, con la perseverancia, con el oficio en definitiva.

Se me ocurre que quizá el talento resida en dicho subconsciente ingobernable. Por eso es una buena idea dejarse llevar, escribir sin más, ceder a Rafi el presunto control de la situación y compartir con él tanto el éxito como el fracaso de nuestros proyectos. Acudir a la cita diaria con esa vocación que nos hace felices, nos dé de comer o no, y dejar que sea lo que Rafi quiera.
Así que, al final, se trata de humildad y de ponderación. De amor propio y de sensatez. Es nuestro ego quien sufre, quien nos susurra que no somos lo suficientemente buenos, o que, por el contrario, somos la h****a en vinagre. Por lo general, tenemos nuestros momentos de gloria y nuestros momentos patéticos, y ninguno de ellos suele depender por completo de nuestra corteza cerebral. Es algo así como si nuestro tío de américa, cuya existencia ignorábamos, nos deja una herencia multimillonaria y nosotros nos atribuimos el mérito. O si me recrimino frente al espejo lo tonta que soy por ser rubia.
Cuando cuajamos un buen texto, a poco que recapacitemos, nos daremos cuenta de que en él han influido un montón de factores, de los cuales somos directamente responsables nada más que de una pequeña parte: sentarnos a escribir, perseverar hasta el final sin mirar el móvil, ni Facebook, corregir después para que quede lo mejor que podamos. Y poco más. Al resto le llamaremos Rafi.
¿Y para qué es útil Rafi? Para no convertirnos en mitos de nosotros mismos, en fantasmas depresivos que se lancen a los brazos del alcohol, o de las drogas, para crear. Hay gente que opina que para escribir hay que sufrir, que los felices tienen poco que contar. Yo no creo tanto en esa versión tremenda del cuento. Crear es un proceso complejo que requiere profundidad en la mirada, y sí, a poco que nos fijemos es posible que nos demos cuenta de que la realidad no se parece al mundo de Mi pequeño pony. Comprendo que ese dolor se quede dentro y salga a flote en nuestras creaciones (el subconsciente nos habla con relatos) y que nosotros no opongamos resistencia a eso, sino que, al contrario, lo utilicemos incluso como catarsis, como método de autoconocimiento. Pero de ahí a sufrir como bellacos, y tener que emborracharnos o fumar cosas raras o vivir como Diógenes…, sobre todo cuando nos percatamos de que la perfección es algo que queda lejos de nuestros empeños. Las cosas no suelen ser como nos gustaría que fueran. En un mundo ideal los palestinos tendrían su país y podrían vivir en paz, papá Noel o los reyes magos existirían de verdad, los mosquitos no necesitarían sangre humana para vivir y nuestros relatos y novelas serían siempre perfectos y gustarían a los editores. Pero no es así. Así que mejor contar con Rafi.
No para culparle por lo que sucede en Gaza, sino para darnos cuenta de que la perfección no existe y de que no podemos soñar con controlar todas y cada una de las variables que conforman el mundo. Ni nuestros relatos.
Lo que nos queda es levantarnos temprano, hacer el trabajo que amamos. Por amor propio, sí, pero también por dejar algo digno y, tal vez, bello a otros seres. Intentar que el proceso nos procure algo de felicidad y luego disfrutar del tiempo libre.
Y es así, cuando soltamos esa presa de entre nuestras mandíbulas, cuando es más probable que nuestra escritura fluya como néctar traído por los dioses y consigamos textos intensos y bellos, vibrantes, palabras que merezcan la pena. Esos relatos que dejan en la boca un gusto dulce, y esa tensión en las palmas de las manos que se siente cuando uno está leyendo, o cuando vemos u oímos, algo bueno de verdad. Olé.
Así que os presento a Rafi y espero que esté por aquí con frecuencia y deje su feliz impronta, para bien o para mal, de ahora en adelante.

Te recomiendo que veas el video: ella lo dice mucho mejor que yo y además practicarás tu inglés. Si te gusta, ¡compártelo con otros! Please.

RECOMENDACIONES ANTES DE PUBLICAR NUESTRAS NOVELAS (II)

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2- Repasa bien tu texto

Pongámonos en situación de soñar. Es verano y luce un sol maravilloso. Es un sol bonachón contra el cual no hace falta defenderse ni siquiera en las horas centrales del día, pues los UVA no queman tu piel, y el melanoma no existe. Te balanceas en una hamaca con un mojito en la mano. Ante tus ojos, una playa de aguas cristalinas, sin algas, ni mosquitos, ni peces que asusten. Podrías incluso animarte a darte un baño sin tener que mirar a la orilla, porque a nadie se le ocurriría robarte la cartera ni el móvil. Sopla una brisa fresca y solo se escucha el roce de las hojas de la palmera y el suave batir de las olas. Te sientes feliz y relajado: te mereces ese premio. Acabas de terminar el primer borrador de tu novela. Ya puedes llamarte escritor, darte palmaditas en la espalda y felicitarte. Y eres tan, tan bueno que estás seguro de que no te hace falta ni siquiera releerla una sola vez. Sabes que tu historia es potente, que será un best-seller, que ha nacido de pie, así que no piensas perder el tiempo con correcciones. ¡Claro que no! Ya tienes experiencia, con todas esas redacciones del cole, los trabajos de la facultad, y los trillones de cartas de presentación para encontrar un curro…

(Haz click aquí antes de continuar)

Si de verdad quieres asegurarte de que no vas a perder ni tiempo, ni dinero, ni energías lo más eficaz es cerciorarte de que estás enviando una buena novela. O al menos la mejor novela que seas capaz de escribir en ese momento.
Y para ello no hay más remedio que la retomes desde el comienzo. Eso sí: con una mente abierta y el ánimo dispuesto a reescribir todo cuanto en conciencia sea necesario para mejorarla.

Te cuento la secuencia ideal, verás qué diver:

  1. -Una primera vuelta para escribir el borrador.
  2. -Una segunda vuelta: leerlo de corrido, tomando notas precisas de lo que debes corregir. Si la novela no está del todo mal, es posible que termines la lectura antes de sentir vergüenza ajena la imperiosa necesidad de sentarte y empezar a reescribir. Sí, sí, has oído bien: reescribirla. A veces de cabo a rabo.
  3. Un tiempo de reposo. Una vez terminado el segundo borrador lo mejor es dejarla en un cajón entre 1 y 3 meses. En los cuales te está permitido irte a la playa de antes y fantasear. O encerrarte en un monasterio. O empezar un MBA, irte de cooperante y hacer algo de veras útil. También puedes quedarte en casa y seguir con tu vida normal, que ya te dará suficientes quehaceres para que no pienses demasiado en tu novela. La idea es que, cuando pasen esos meses y la leas de nuevo, ya hayas adoptado cierta distancia con ella.

¿Que cómo se nota que has tomado distancia? Hay una señal inequívoca. Te sorprendes a ti mismo pensando:

¿De verdad lo he escrito yo?

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o bien:
¿¿¿De verdad lo he escrito yo???

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4- Una tercera vuelta. Con un poco de suerte, solo necesitarás corregir detalles superficiales. También ya obtendrás una idea más clara del verdadero valor de lo que has escrito.

Su has llegado hasta aquí te mereces una ovación: ¡¡felicidades!! Nadie podrá discutirte que eres un escritor. Ahora llega el momento de la verdad, el momento de la autoestima y de sacarle brillo al criterio.
Nadie pone en duda el valor de tu esfuerzo, ni de tu aprendizaje al escribirlo; incluso el valor del manuscrito en sí. Pero para ser realista debes analizarlo con frialdad y sin autocomplacencia. Compáralo con tus autores favoritos, por ejemplo. No hagas trampas: todos saldríamos ganando si nos comparamos con Dan Brown. Tampoco hagas trampas masocas y te compares con Nabokov o con Cervantes. Suele ser ajustado a la realidad que pienses algo así como: mmmm, vale: no es una obra maestra pero es digna de ser leída y valorada por otros.
Tampoco pasa nada si el auto-veredicto XVI es: me lo he pasado genial escribiendo pero ni harto de Jumilla le enseño esto a nadie.
Vuelve a la hamaca, fantasea y proyéctate en el futuro, dentro de veinte años. Estás vestido de gala, dando el discurso del premio Nobel: ¿seguirías orgulloso entonces de esa novela? Si la respuesta es un sí contundente, si te sigue gustando, y sigues creyendo en tu relato, ya podrás pensar en pasar a la siguiente fase.

Y ahora: ¿todavía te sorprende que haya quien tarda diez años en dar por concluida su novela y en atreverse a enseñarla?

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