EL ESTILO I: 10 arreglos exprés para el estilo de tus narraciones

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En la entrada anterior, el maestro Mallorquí afirmaba que toda narración tiene tres pilares fundamentales: la prosa, la estructura y los personajes. Por supuesto, tiene más razón que un santo. Con esta entrada inauguro una serie en la que abordaremos distintas cuestiones sobre el estilo de nuestras novelas y/o relatos, con la intención de mejorarlos (claro está).

Empiezo por aquí por una razón práctica: un texto regular mejorará mucho solo con pulir los defectillos de prosa más evidentes. Incluso puede convertirse en pasable después de quitar la morralla.

La razón es un misterio para mí (tengo pendiente investigar sobre ello), pero cuando empezamos a escribir todos solemos caer en los mismos vicios de estilo. Es curioso. Los fallos de principiante en la escritura de narrativa abarcan muchos otros aspectos, pero los más llamativos quizá son los que afectan al estilo de la prosa. Habrá que preguntarle a Iker Jiménez por qué caemos casi todos en lo mismo. Resulta de veras inquietante que, siendo como somos los escritores, por lo general, buenos lectores, no nos demos cuenta de que en los libros publicados no suelen aparecer dichos fallos. Pero vamos al grano.

A continuación te ofrezco una lista con diez de estos vicios comunes. La idea es que pases el test a tus narraciones y detectes si caes en ellos. No hace falta que te flageles después, ya te digo que nos pasa a casi todos; basta con que lo corrijas. No están por orden de importancia: los he puesto como me ha apetecido.

  1. Adverbios en mente. Un clásico entre los clásicos. Supongo que el flagrante abuso de estas palabras tan largas y tan fastidiadas de decir a veces, obedece a dos factores: el primero es un exceso de celo por matizar y explicarlo todo hasta la saciedad. El segundo es la influencia de la lengua hablada. Al hablar empleamos estos adverbios para enfatizar con una frecuencia que asusta. Fijáos a partir de ahora: ya veréis como os entra la risa. Son palabras larguísimas que lastran el ritmo de las frases y que, por lo general, no aportan gran cosa. Hay libros de estilo de algunos medios que son tajantes: “Nº de adverbios en mente permitidos en los textos=0”. Yo no diría tanto. Pero, al peso, si hay más de un par de ellos por página, yo me mosquearía. Te animo a que hagas la prueba: bórralos de tu relato y léelo en voz alta. Apostaría a que sale ganando.

  1. De repente, de pronto. Si observamos bien la realidad repararemos en que todo sucede de pronto. Cuando suena el móvil, lo hace de repente. Si suena un portazo por un golpe de viento, no le queda otra que sonar de pronto. Aunque ya supieras que has quedado con tu novia a las diez, cuando sale del metro, lo hace de pronto. Y si te descuidas, te da un susto, la j**ía. Habida cuenta de esto, creo que es mucho mejor que reservemos estas expresiones para cuando queramos trasladar de veras ese matiz de sorpresa. (Por mucho que hacer sufrir a nuestros personajes sea lo suyo, el principal objetivo de una novela, que estén al borde del infarto porque todo les pase de sopetón es una crueldad como para denunciarla a la Haya).

  1. Gerundios. En la siguiente entrada sobre estilo hablaré de ellos con mayor largueza (y me quedaré como nueva). Sólo decir que los empleamos de forma incorrecta con una frecuencia inquietante también. Así que ojo con ellos. Si relees tu relato o capítulo y detectas que los usas mucho, no quiero ser agorera, pero es posible que tengas un problema, Houston.

  1. Puntos suspensivos. Narrar requiere aserciones, incluso cuando lo que expresamos son dudas. Los signos de puntuación contribuyen a facilitar la comprensión adecuada de los textos. Los puntos suspensivos se emplean cuando interrumpimos una frase, para sustituir al etcétera en una enumeración, para significar que un enunciado está incompleto, para indicar que ha habido un instante de vacilación… Hay muchos textos en los que el abuso de este signo de puntuación resulta llamativo, incluso a la vista al echar una ojeada a la página, que parece un formulario. Si ese es tu caso, te invito a que recapacites: ¿es tu personaje el que duda, o eres tú? ¿Por qué tanto miedo a usar el punto? ¿No te parece raro que todo sea dudoso, interrumpido, incompleto, etcétera, vacilante? En muchos casos, la duda debe estar expresada en el contenido. Y en todos, todos los casos, los puntos suspensivos son solo tres (…).

Un ejemplo: ¿De verdad hay alguna diferencia de significado entre las dos oraciones siguientes? Razona tu respuesta.

“—No sé qué decirte —dijo Silvia.”

“—No sé qué decirte… —dijo Silvia.”

  1. Notar. El excesivo uso del verbo notar es otro de los signos de inexperiencia o de falta de sensibilidad verbal. Muchas veces no nos damos cuenta de que lo importante es lo que el personaje nota, y no el acto de notar en sí. La percepción es algo que sencillamente ocurre, de modo involuntario, gracias a los órganos de los sentidos. Es común que cuando al personaje se le acelera el pulso, lo que encontremos escrito sea que fulanito notó cómo su pulso se aceleraba; o que si María recibe un piropo del chico que le gusta, en lugar de ponerse roja, como nos sucede a todas, ella note como empezaba a ponerse colorada.

  1. Sobremanera. Uno de los vicios en el que todos hemos caído al empezar a escribir es querer dar un tono grandilocuente a nuestra prosa. Debe de haber un duende cab**n que nos dice al oído cuando empezamos que lo que va escrito tiene que ser solemne, y que la solemnidad requiere palabros. Es algo empírico: he observado que un síntoma claro del contagio de este virus es la aparición reiterada del adverbio sobremanera. Si en tus textos aparece con pertinacia, míratelo. Pregúntate si albergas esa falsa creencia. Y luego, piensa si Eduardo Mendoza, Salinger, Matute o Hemigway, que son los que me han venido a la cabeza ahora, no son literarios, a pesar de su escasa solemnidad.

  1. Adjetivo + sustantivo. Otro gran misterio es por qué las expresiones suenan mucho más rimbombantes cuando el adjetivo se antepone al sustantivo al que califica. Y, de nuevo, por qué lo rimbombante nos parece más literario. Como todos sabemos, hay muchas ocasiones en las que situar el adjetivo antes o después del sustantivo cambia el significado. Ok. Pero hazme caso: si compruebas que tus adjetivos tienden a colocarse siempre antes del sustantivo, prueba a ponerlos detrás. El tono se rebajará y es posible que la lectura cambie (a mejor, es la idea).

  1. Binomios y trinomios. El exceso de adjetivos es otra de las costumbres en las que caemos cuando somos principiantes. Todavía se nota más aún cuando, por sistema, a cada sustantivo le encalomamos su correspondiente adjetivo. Es común también que si cojeamos de este pie, no nos baste con añadir uno solo, o un par de ellos, cómo no, antepuestos al nombre (Ver punto 7), sino que también nos parece necesario ponerle otro después. Las azules tardes nacaradas; el dulce café caliente; el misterioso secreto susurrado. O lo que es lo mismo: el dulce y caliente café; las azules y nacaradas tardes; el misterioso y susurrado secreto. ¿Hay algo de esto en tu narración? Entonces tienes buenas razones para sospechar que es probable que sucedan tres cosas: que cualquier lector sabrá que eres principiante en el primer párrafo; que pensará que la prosa es cansina y que, entre tanto adjetivo, es posible que ya no sepa de qué estás hablando.

  1. Las muletillas, las expresiones vacías. Cada cual tenemos las nuestras, y con todo el derecho, oiga. Podemos decir lo que nos dé la gana. Pero en nuestras narraciones la cosa cambia. Se presupone una excelencia (¿oigo risas enlatadas?), quizá una intención estética, artística. Cuidado si tus personajes, cuando no pretendes que sean coloquiales, responden a menudo con giros del tipo: la verdad es que (sí/no, whatever…); ¡madre mía!; tonto no: lo siguiente; para nada; hasta donde yo sé; de alguna manera… También puedes preocuparte si detectas muchas de estas en el discurso de tus narradores. Vale, sí: las empleas como un recurso para coloquializar. Pero, ¿seguro que todas, todas, todas? (Nota: la próxima semana hablaremos de la autocrítica).

  1. Los esquemas repetitivos. Sobre todo en el comienzo de los párrafos. Vigila si cada vez que pones un punto y aparte tiendes a empezar con esquemas parecidos. Ejemplos clásicos: De pronto; Al día/tarde/noche siguiente; después de… La jugada completa, jugada Comansi: empezar por adverbio en mente o por gerundio. Estando ellos allí; Inesperadamente… 

De verdad, os lo juro: nuestras historias limpias de todo lo anterior ganan bastante.

Y por si habéis tenido poco, otras dos recomendaciones de propina, que no son de estilo exactamente, sino de técnica:

  • Saltos de tiempo verbal. Es muy común que empecemos a escribir en presente y saltemos sin darnos cuenta al pasado, para regresar al presente en cualquier momento. Lo más conveniente para que el discurso del narrador sea sólido es unificar el tiempo verbal.

  • Saltos de narrador. Otro fallo muy típico de los comienzos es que nuestro narrador en tercera persona se encuentre, de repente, convertido en protagonista y narrando en primera. Conviene definir qué narrador vamos a emplear y mantenerlo. Hay novelas polifónicas, en las que combinamos distintas voces, sí, vale, pero no a eso a lo que me refiero…

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Más adelante ya veremos más sobre qué hacer con eso. Por ahora basta con que pases el escaner a tu estilo y detectes si caes en alguno de ellos.

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