NUEVAS RAZONES. RAZONES DE SIEMPRE

Todo es novela nació hace años como un proyecto personal para ayudar a la escritura de buenas novelas y acompañar en cierta manera a los escritores no solo durante el proceso de escritura, sino en el de búsqueda de editorial. Aunque este último propósito se ha caído de la lista, —por su propio peso y por mi falta de tiempo para pelearlo—, los demás siguen vigentes y forman parte de mi actividad diaria.

Hoy escribo y publico esta nueva pieza como pistoletazo de salida al nuevo curso, y para reafirmarme en las mismas razones de siempre que, sin embargo, se me antojan nuevas. Quizá sean nuevas del mismo modo que son nuevas y son las de siempre las aguas de todos los ríos de Heráclito, etc. Mis razones siguen siendo las mismas: un puro deseo de comunicar, de conectar. De contar, de contarnos. De aportar valor. 

En casi todos los manuales de escritura creativa te invitan, nada más comenzar, a preguntarte la razón por la que escribes. Somos tantos ya en este ancho mundo de la escritura que las razones, por más que siempre sean las mismas, siempre sorprenden. Reuniré unas cuantas, por mi gusto por la enumeración: por expresión emocional, por ambición artística; para ganar dinero, notoriedad, prestigio, fama; por egocentrismo; por afán intelectual, afán de trascendencia; por ganas de compartir, de dar, de que no se pierda lo atesorado en la memoria, la experiencia, las horas de estudio, de lectura y reflexión; por petardeo, por conocer gente, por aburrimiento, por venganza, por desidia, por rencor… Cada cual ha de encontrar las suyas. 

Según datos de la Federación de gremios de editores de España, en el año 2019 se publicaron 82 mil títulos. Así que 82 mil razones circulan por librerías y hogares. Ahí es nada.

Durante mucho tiempo mantuve otro blog de creación que no me trajo nada más que satisfacciones. Mi Tren sobre la tierra fue un modo de ubicarme en mi mundo, de comprometerme, de disciplinar mi escritura. Luego vinieron otros, como este, más dedicados a la parte técnica de la escritura, a aportar información valiosa para los que escribimos, más que a la creativa. Y hoy regreso con todo ese bagaje mezclado en mi cabeza, pero sobre todo, con ganas de compartir. 

En este tiempo que he guardado silencio en este espacio, la vida, claro, ha seguido su curso. Incluso durante algo tan inverosímil como una pandemia. Y más que nunca creo en el lema de este blog: que todo es novela. Nuestra interpretación de la realidad, de los demás. Lo que pensamos de nosotros mismos, nuestros deseos, nuestros sueños dormidos y despiertos. Creamos la realidad conforme la pensamos, o la vivimos, muchas veces, como si de una novela se tratara. Inventamos nuestro propio personaje, a veces incluso nos inventamos a los demás. En ocasiones incluso nuestra vida se organiza en tramas, y nos ofrece desenlaces; nos pone en peligro, nos somete a la tiranía de los puntos de giro, de las barreras y reveses. A veces nos permite hablar, a veces impone un silencio y un recogimiento perfecto e imprescindible. 

Tengo ganas de hablar de esta novela que escribimos a diario, de las razones que encuentro para una y para todas las novelas. Un poco de mi propia novela, mucho de las novelas que escriben los demás, algo de las que atestiguo que viven. Porque se trata de eso, en definitiva: de vivir, de compartir la vida y lo vivido. De convertir en arte la experiencia. De hilar lo natural, transformarlo en artificio para tratar de comprenderlo. Con o sin belleza. Siempre con la ambición de la excelencia y con los límites del talento y las posibilidades. 

Y en eso estamos: en vivir, en leer, en conversar. En reflexionar y aprender. Con humildad, con pasión, con generosidad. Por múltiples razones: porque estamos vivos, porque aún tenemos ganas de compartir, de dar y de recibir. Por aprender y exprimir el valioso tiempo dejando lo que quiera que pueda haber de valor en las palabras. 

Y en eso estamos.

Libros para aprender a escribir

(Este texto apareció en la revista ctxt, en enero de 2020).

Parece una opinión bastante extendida que la de escritor es la única disciplina artística que ha de aprenderse sola. Se diría que el escritor de raza debe hacerse a sí mismo. Todo corre por su cuenta: aprender la técnica, los trucos del oficio, educar la mirada, refinar el paladar lector… He comprobado que cuando sale el tema en ciertos foros, alguien más o menos airado, suele soltar aquello de que el talento no puede enseñarse; afirmación con la que, me da la sensación, nueve de cada diez dentistas, artistas plásticos e incluso coordinadores de talleres de escritura, sospecho que están de acuerdo.  

Suele coincidir que quien así opina, y arroja la pregunta de si es posible enseñar a escribir, lo hace de forma algo capciosa, para, acto seguido, criticar los talleres literarios, la universidad o cualquier institución donde propongan un método más o menos reglado para enseñar la llamada escritura creativa.

En este Ministerio ya se ha tocado el tema (¿enlace a artículos?), pero no voy a seguir por ahí, y no es por eludir la discusión. Mi motivación para escribir este artículo es sugerir algunos lecturas útiles a quienes se inicien en la escritura, y sientan la necesidad de aprender el oficio. 

Pienso que la propia materia de la literatura hace imposible ser autodidacta. El único modo de aprender a escribir es leer mucho y picar mucha tecla: creo que en esto también el consenso es total. En el trayecto entre ambas acciones, —leer y escribir— es donde aparecen las dificultades.  

En esto, quien predica con el ejemplo adquiere la condición tácita de maestro. Por tanto, si queremos aprender a escribir, parece evidente que la mejor escuela será el trabajo de quienes han demostrado su dominio de la materia. Es fácil que nadie nos pueda enseñar a cazar una ballena blanca mejor que Melville. Nadie como Joyce para enseñarnos a manejar el flujo de conciencia; o Ishiguro, para aprender cómo respira un narrador poco fiable. Podemos acudir a Jim Thompson, y, por ejemplo, a sus 1280 almas para ver cómo se organiza una trama de forma milimétrica; o a Jane Austen para estudiar el uso de la ironía. Y quién mejor que John Williams, en Stoner, para enseñarnos a atrapar la atención del lector con una historia sin expectativa de desenlace, o a organizar el material con una estructura temporal amplísima (toda una vida) sin que decaiga la tensión narrativa… 

Todo ese acervo, en fin, está ahí, al alcance de cualquier aspirante a escritor. Sin embargo, no es fácil aprender a reconocer y a utilizar las herramientas de un oficio sobre el que no se sabe nada todavía. 

Los felices intermediarios son esos otros maestros imprescindibles, que enseñan el oficio de la escritura (de novelas, en este caso) desde los libros también, pero no desde la creación, sino desde el análisis, la profundización y la exposición didáctica.

El mercado también abunda en métodos de escritura y textos críticos. Muchos de ellos no son de fiar. Mi intención es acercar a quien interese unos cuantos libros con valor por sí mismos, por la calidad con la que están escritos, y por la calidad y generosidad con la que exponen las peculiaridades del oficio. 

Empezaré por tres de mis maestros imprescindibles. El primero son dos libros, en realidad, pero que funcionan como dos partes de un todo:  El arte de la ficción y Para ser escritor, de John Gardner.  

No creo que se pueda decir nada sobre escritura de ficción que Gardner no haya dicho ya. Fue, además de escritor y crítico literario, profesor de escritura en diversas universidades e instituciones. El arte de la ficción son los apuntes que elaboró para sus estudiantes de escritura, y en él aborda cuestiones técnicas de la construcción de novelas, desde un punto de vista teórico, en la primera parte, y práctico en la segunda. Todas sus enseñanzas parten de una premisa: el principal objetivo es construir para el lector lo que él llama el sueño de la ficción, de forma que todas las decisiones que el escritor tome deben dirigirse a mantener al lector inmerso en dicho sueño, a que no se distraiga de la historia. No se trata de crear una ficción que hipnotice al lector y anule sus sentidos y su capacidad crítica, no; es un consejo dirigido al escritor: no es su ego quien manda, sino la obra de arte.  

Así pues, todo debe ponerse al servicio de esta: la construcción de los personajes, la estructura de las tramas; el ritmo de la prosa, la sintaxis; la afinación del criterio a la hora de escoger el punto de vista y el narrador… Y todas estas elecciones estilísticas deben hacerse desde una posición de honradez hacia el lector y hacia uno mismo.

Enseña con claridad y sencillez cuáles son las herramientas de las que dispone un escritor. Pero también da consejos interesantes, y motivos para la reflexión. Por ejemplo: «El estado artístico ideal: serio y burlón al mismo tiempo». O su particular principio de Heisenberg, aplicado a la creación literaria: si solo con observar un fenómeno lo transformamos, cuánto más haremos con la realidad al reformularla mediante la escritura.

Si la posibilidad de poder enseñar a escribir genera dudas, imaginen si lo que se plantea es enseñar a ser escritor. Gardner, en Para ser novelista, se atreve a hablar de aquello que se debe tener para llegar a ser un escritor. Desde la necesidad de autocuestionarse siempre, condensada en esa pregunta que muchos aspirantes tarde o temprano, plantean a sus maestros: ¿valgo para esto?, Gardner da pistas, reflexiona sobre el modo de vivir de los escritores, su forma de relacionarse con la realidad; las maneras de afrontar la escritura, el significado que puede tomar esta dentro de la vida cotidiana para el artista, etc. Escribir novela, según él, es una alternativa a la vida ordinaria. Una alternativa exigente, sacrificada, y feliz. 

La asertividad de Gardner al animar a no caer en la autocomplacencia, resulta tan emocionante como ingenua en estos tiempos mercantiles, en los que la novela parece abrazar más la industria del entretenimiento que la cultura. Es difícil transmitir al aspirante a escritor la necesidad de ser autoexigente; de evitar el sano impulso de repetir lo que hacen otros, para tratar de aportar algo singular que haga avanzar a la Literatura, cuando los ejemplos de novela más sencillos de encontrar, los que tienen éxito, no suelen hacer nada de esto, cuando no hacen lo justo lo contrario.  

Juzguen ustedes si suena extraño hoy en día el párrafo final del libro: las recompensas que procura (la escritura de novelas) son de cariz casi religioso —un cambio de la mente y del corazón, satisfacciones que nadie que no sea novelista comprende— y, generalmente, sus rigores no proporcionan otra recompensa que no sea la espiritual. Aunque para quienes realmente se sienten llamados a esta profesión bastan las recompensas espirituales.

Antes de esto, que hace suspirar de nostalgia, se mete en otros jardines como hablar sobre la naturaleza del escritor, sobre los estudios y la formación que convienen al mismo; sobre publicar y el mercado editorial; sobre la fe; sobre la culpa por dedicar tanto a tiempo a algo que en teoría no sirve para nada; o la sensación de vivir en una eterna adolescencia…

Y puede que dé en el clavo con el principal inconveniente de los talleres literarios: el exceso de academicismo; la preponderancia de la importancia del tema o de la estructura, por encima del sentimiento y de la narración. Pero esto ya es harina de aquel otro costal.

Los mecanismos de la ficción, de James Wood

Si Gardner abordaba la necesidad de la fe, James Wood se coloca en la posición contraria: una de sus premisas es que la ficción no nos pide que creamos en las cosas, sino que las imaginemos. «Vida en el papel. Vida traída a una vida distinta por el arte más elevado», dice. 

El libro aborda con profundidad y rigor elementos esenciales de la escritura de la novela, y lo hace con un estilo que se lee solo, a base de fragmentos cortos como disparos certeros, que facilitan la comprensión de conceptos complejos. Además del evidente valor del contenido, el humor de fondo y la brillante presentación lo convierten en un libro valiosísimo para alguien que quiere aprender a escribir, o a leer. No tiene desperdicio, ni decae su interés, pero en particular, me parece fundamental su análisis del estilo indirecto libre, esa maravillosa herramienta que flexibiliza el discurso y enriquece el contenido, que «adquiere su máximo poder cuando apenas resulta visible o audible«. En su opinión, es lo que hace a la novela ser lo que es; aún es más, la historia de la novela se puede contar tanto desde el desarrollo del estilo indirecto libre, como desde el auge del uso del detalle. 

Algo que suele costar mucho cuando empezamos a escribir es comprender que la novela exige con frecuencia renunciar a la abstracción, que es el territorio de lo concreto, del detalle significativo. La literatura , dice Wood, nos enseña a observar, a extraer el detalle brillante y esclarecedor del cúmulo de detalles que la vida nos aporta a cada momento. Y esos detalles notables son los que el buen escritor sabrá deslizar de entre los detalles corrientes, para capturar nuestra atención en lo concreto y enriquecer la experiencia de observación. «Lo que Flaubert dijo a Maupassant en 1870: <<hay una parte de todas las cosas que sigue inexplorada, porque estamos acostumbrados a usar nuestros ojos solo en asociación con el recuerdo de lo que la gente nos ha enseñado antes de la cosa que vamos a mirar. Hasta lo más nimio tiene en sí algo que es desconocido>>». 

Cómo piensan los escritores. Técnicas, manías y miedos de los grandes autores. Richard Cohen 

Es un libro destila y contagia el amor hacia la literatura, con una mirada divertida y profunda hacia las manías y miserias de los escritores. No manías y miserias vitales, contadas por puro cotilleo, sino costumbres relacionadas con el acto creativo, explicadas para alumbrar los diferentes momentos, o conflictos, por los que se atraviesa durante este. 

Cohen, como Gardner, es profesor de escritura y por eso su postura es didáctica, clara y algo exigente. Manifiesta, insisto, un profundo amor hacia la literatura, la escritura y la lectura, y una digna aspiración a convertir la enseñanza de la escritura creativa en algo creativo per se. Así que la lectura es deliciosa e instructiva, y divertida en muchos pasajes. 

Se atreve a arrancar el viaje con la famosa pregunta: ¿se puede enseñar a escribir? Cohen elude la respuesta franca y ofrece tres testimonios: uno en contra —de Behan—; otro a favor —nuestro conocido Gardner—, y otro diplomático y con símil golfístico —Vonnegut—: lo que se puede es ayudar «a dar menos golpes durante el juego».  

La respuesta de Cohen se lee entre líneas a lo largo de los cientos de páginas que siguen a ese comienzo, en las que articula una selecta colección de lecciones magistrales sobre los puntos clave del proceso creativo, desde la experiencia de unos no menos selectos testimonios de grandes autores de la historia de la Literatura. 

El inicio de la novela, el fin, la creación de la personalidad, las formas de plagio, el punto de vista, el arte del diálogo, la ironía, el argumento, el ritmo de la prosa, las escenas de sexo, las revisiones del texto. Toca todos estos puntos con detalle, aunque destacaría los capítulos dedicados a la ironía y al sexo. 

Habla de la ironía como modo necesario de expresión (Vico, 1725), incluso como un modo de entender la vida que debía de estar presente en toda forma artística (Kierkegaard), y profundiza en la complejidad del término y, por lo tanto, del uso. 

La conclusión: «que la ironía nos permite decir aquello que no puede tomarse como una cosa real. Y(…) presupone un entendimiento entre el autor y el lector». La ironía omite lo que revela y obliga o permite al lector que ponga lo que falta. Es un elemento, por lo tanto, que incluye al lector en el texto, que tensa la relación con éste al hacerle participar.

La dificultad de la escritura de las escenas sexuales es un problema real que sufrimos escritores y lectores. Cohen sintetiza con brillantez el espectro de errores que encontramos habitualmente: «los enardecidos novelistas suelen caer en la trampa de querer explicar demasiado, por ejemplo, combinando lo sentimental con lo vulgar, incluyendo pasajes filosóficos de poca monta, abusando de nombres abstractos, empleando un torrente de imágenes acuáticas, dando abrumadores detalles clínicos o utilizando símiles absurdos y una prosa ridícula y extravagante. Hay autores que escriben sobre las relaciones sexuales como si nadie supiera lo que son, cuando debería ser al revés.»

Aborda el tema desde los ejemplos de autores como Updike, Henry Miller o Nabokov, (que, por cierto, acuñó el término EOS = escena obligatoria de sexo), y siempre desde un humor moderado, que se afila en las notas a pie de página: no se las pierdan. 

No tan técnicos, ni tan históricos, pero igualmente imperdibles, son los libros clásicos  que recomendaré a continuación: 

Zen en el arte de escribir, Ray Bradbury

No sé si el mundo que Bradbury conoció sigue existiendo. Si hoy en día, en el dominio de las redes sociales, la inmediatez y la cultura de lo breve y rápido, todavía tiene vigencia su modo de entender la escritura, el arte, su ‘utilidad’. No lo sé, pero sí sé que agrada saborear la épica, la fuerza de ese icono del escritor solitario, que le echa un pulso cada noche a la máquina de escribir. Alguien empeñado en explicar el mundo mirando hacia dentro. Quizá este libro podría ser encuadrado dentro de los motivacionales, pues la ya mencionada épica, el entusiasmo que Bradbury imprime a sus palabras, a lo que mueve es, simplemente, a intentarlo; a ponerse a escribir sin dilación, ni miedo. Y esa tal vez sea su gran enseñanza: que hay que intentarlo. 

Me quedo con su método ‘zen’ para escribir: trabajo, relajación y no pensar. Escribir con tanta disciplina que haga surgir esa relajación intensa y creativa que te hace trabajar sin pensar: el único modo de que salgan de verdad ideas valiosas, personales, auténticas y, ojalá, originales. 

Suenan actuales las palabras que dedica al afán de notoriedad rápida, de ganar dinero rápido, que, opina, son motivaciones poco confiables para un escritor, para un artista en general. Por eso conviene revisar la motivación a la hora de escribir.

«¿Cómo se pierde uno? Poniéndose metas incorrectas, como he dicho. Ambicionando la fama literaria demasiado rápido. Ambicionando dinero demasiado pronto. Pero deberíamos recordar que la fama y el dinero son dones que se nos otorgan solo después de que hayamos brindado al mundo nuestros dones mejores, nuestras verdades solitarias e individuales.»

«Cada uno de ustedes interesado en la creatividad quiere entrar en contacto con aquello de sí mismo que es auténticamente propio. Quieren fama y fortuna, sí, pero sólo como premio por un trabajo sincero y bien hecho. La notoriedad y una cuenta abultada deben llegar cuando todo lo demás ya ha concluido.»

Después de todo, sí que han cambiado, y mucho, los tiempos, pues, hoy en día,  un buen escritor quizá no pueda confiar en que se cumpla esto último.

El estilo de Bradbury, poético siempre, hacía suponer de antemano su opinión sobre la construcción de las tramas, otra de esas preguntas tópicas en esto de la escritura creativa: ¿escritor de brújula o de mapa?: 

«Recuerden: la trama no es sino las huellas que quedan en la nueve cuando los personajes ya han partido rumbo a destinos increíbles. La Trama se descubre después de los hechos, no antes. No puede preceder a la acción. Es el diagrama que queda cuando la acción se ha agotado. La Trama no debería ser nada más- El deseo humano suelto, a la carrera, que alcanza una meta. No puede ser mecánica, solo puede ser dinámica.

De modo que apártense, olviden los objetivos y dejen hacer a los personajes, a sus dedos, su cuerpo.»

Merece la pena leer a Bradbury, en cualquiera de sus formas, y empaparse de ese tono íntimo e intenso, de la forma especial de ver el mundo que se destila, quizá a su pesar, a través de sus textos. De la importancia que otorga a la belleza. No me resisto a dejar aquí esta cita-consejo-declaración de intenciones:

«De ahora en adelante espero estar siempre atento, educarme lo mejor que pueda. Pero, si me falta esto, en el futuro volveré a mi mente secreta para ver qué ha observado cuando me parezca que he pasado algo por alto. 

Nunca pasamos nada por alto.

Somos copas que se llenan constante, silenciosamente.

El truco consiste en saber volcarse para que la belleza se derrame.»

Para ser escritor, Dorothea Brande

El propio Bradbury en Zen en el arte de escribir remite a Dorothea Brande, un clásico de la escritura creativa. Para ser escritor fue publicado en1934 y, en mi opinión, es un libro valioso a pesar de que a estas alturas del cuento —en pleno siglo XIX— algunas de sus afirmaciones suenan también un poco antiguas, cuando no ingenuas. 

Por ejemplo, a lo largo de todo el libro anuncia que va a revelar el secreto de lo que ella denomina la magia del escritor. Dicho secreto resulta ser la meditación. Para Brande, la meditación es la herramienta definitiva para la introspección que todo buen escritor debe practicar (aunque sin abusar). En la sociedad estadounidense de 1934 es posible que la meditación fuera una técnica desconocida y novedosa, y la necesidad de introspección, algo exótico y poco relacionado con la escritura de ficción. Hoy en día suena un poco viejuno, suena a sabido. 

No obstante, Brande hace hincapié en algunos aspectos sobre los que merece la pena reflexionar, y que no son contemplados en muchos otros textos, quizá porque se dan por supuestos, cuando la realidad demuestra que hace falta hablar de ello. Me parece valiosa la observación de que las narraciones surgen desde instancias inconscientes de nuestros cerebros. Y por tanto, es interesante mantenernos con el pensamiento enfocado, darle tiempo al tiempo, escribir con fluidez, hacer caso a la intuición… También sugiere Brande algunas buenas costumbres, deseables para la vida en general, aunque no escribamos, como evitar las lecturas, o incluso las compañías, que resulten perjudiciales para nuestros propósitos. 

Otros recordatorios útiles: que toda ficción es persuasión; que un escritor es una persona a la que no se le escapa nada, así que hay que trabajar la capacidad de observación, nutrirse viviendo; que conviene descubrir lo que uno piensa sobre los grandes asuntos de la existencia; que la originalidad reside en ser genuinos, y que la honestidad suele ser fuente de originalidad.

«El genio es esa persona que por un feliz accidente de su temperamento o de su educación, es capaz de poner su inconsciente completamente al servicio de su intención, sea o no consciente de lo que está haciendo».

Mientras escribo, Stephen King

Hace unos años se abrió una petición de firmas, en la famosa web change.org, para que le dieran el premio Nobel a Stephen King. Creo que recogieron pocos votos, y sin embargo cada octubre el tema vuelve a salir a relucir. Imaginar que el excelso premio recayera en un autor mainstream sin duda remataría a los que quedaron malheridos después de lo de Bob Dylan. 

No soy una gran lectora de King, y aún así he podido reconocer en sus textos la honestidad y el compromiso con la literatura (popular, en su caso) como digna forma de expresión de las emociones humanas; una capacidad para usar las palabras y hacer imaginar, que no son muy diferentes de las de muchos buenos autores, premiados o no.

Por poner un ejemplo, la archiconocida Misery, es una magnífica metáfora de cómo se vio atrapado por el alcoholismo, que toma la forma de una dama enardecida, una lectora fanática que obliga al escritor, con violencia extrema, a ir por donde ella manda; o el delicioso relato sobre la pérdida y la condición de mortales, Montado en la bala. 

De todo esto habla King en el libro cuya lectura considero interesante para quien quiera aprender a escribir, Mientras escribo. Es una suerte de autobiografía literaria, con tono desenvuelto, a ratos gamberro. En una primera parte habla de su vida, y luego se lanza a hablar del proceso creativo y a dar consejos al aspirante a escritor; consejos prácticos, llenos de sentido común, aunque también, en mi opinión, un poco fanfarrones en algunos aspectos. Por ejemplo, cuando presume de que nunca planea sus novelas, que su experiencia le guía, algo que es fácil que irrite, o que desespere más que ayude al aprendiz. Por lo demás, da muchos otros consejos muy sensatos, aunque quizá algo generalistas: prestar atención a lo que te rodea, y luego contar la verdad de lo que hemos visto, lo de los adverbios en mente, etc.  Es un libro que gusta leer, igual que quizá nos gustaría tener el éxito de King, al menos un ratito. 

Supongo que ya con estos siete libros igual resulto abrumadora. Hay muchos más, y muy buenos. No podría despedirme sin hablar de El gozo de escribir, de Natalie Goldberg, un texto delicioso, y útil, sobre todo, si se está pasando por uno de esos periodos en los que da pereza ponerse, o se padece el mítico bloqueo del escritor

Para alguien que está empezando, también puede resultar de útil, por su tono didáctico y su contenido variado, más extensivo que intensivo, Escribir, manual de técnicas narrativas, de Enrique Páez, uno de los pioneros de la enseñanza de la escritura en Madrid. 

Y para quienes ya tengan cierto rodaje y se quieran reír, dos títulos: Cómo no escribir una novela, de Howard Mittelmark y Sandra Newman. Repasa todo lo que no hay que hacer para escribir una buena novela, con textos ilustrativos de su propia cosecha que resultan de veras cómicos. No es un libro complaciente con el lector, da por hecho que ya se sabe algo sobre escritura, de modo que se puedan reconocer los fallos ilustrados. Aviso: hay que estar dispuesto a reírse también de uno mismo, pues me parece casi inevitable reconocer errores propios en muchos de los ejemplos. 

El segundo título para escritores con humor es el Correo literario, de Wislawa Szymborska. Las respuestas de Szymborska a los aspirantes a escritores que enviaban sus textos a la revista en la que ella trabajaba, además de divertidas, están llenas de ironía, y en muchos casos, de consejos valiosos. 

Y aquí termino esta relación, consciente de que no menciono muchos otros títulos también importantes. Confío en que sean útiles para quien quiera aprender. Y si no, que al menos les hagan pasar un buen rato. 

Libros mencionados: 

El arte de la ficción. John Gardner. Traducción de Miguel Lage. Ediciones y talleres de escritura creativa Fuentetaja, 2001.

Para ser novelista. John Gardner. Traducción de Víctor Conill. Ediciones y talleres de escritura creativa Fuentetaja, 2001.

Los mecanismos de la ficción. James Wood. Traducción de Ana Herrera. Editorial Gredos, 2008.

Cómo piensan los escritores. Richard Cohen. Traducción de Laura Ibáñez. Blackie books, 2018. 

Zen el arte de escribir. Ray Bradbury. Traducción de Marcelo Editorial Minotauro, 1995 

Para ser escritor, Dorothea Brande. Trad Eva Cruz, Circulo de tiza 2015

Mientras escribo, Stephen King. Traducción de Jofre Homedes Bautnagel. Debolsillo. 2011. 

El gozo de escribir, de Natalie Goldberg. Traducción de Rosanna Zanarini. Editorial la liebre de Marzo, 2000.

Escribir, manual de técnicas narrativas, de Enrique Páez. Editorial SM. 

Cómo no escribir una novela, de Howard Mittelmark y Sandra Newman. Tradución de Daniel Royo. Editorial Seix Barral, 2010.

Correo literario, de Wislawa Szymborska. Traducción de Abel Murcia y Katarzyna Moloniewicz. Nórdica libros, 2018.

EL TEMA DE NUESTRAS NARRACIONES

O cómo escribir relatos con sustancia

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¿Te has preguntado alguna vez de qué van tus relatos? No en general, me refiero, sino cada relato en concreto. ¿Has terminado de escribir y te has preguntado qué (demonios) querías decir con eso?

Sí, como te imaginas es una pregunta trampa.

Y tiene segunda parte.

Bien: supongamos que te has hecho esa pregunta. ¿Qué te has respondido? Piénsalo.

Si a la pregunta de qué quería hablar en mi relato, o de qué va mi relato, te has respondido con un resumen del argumento, de lo que pasa, tengo malas noticias para ti.

  1. O bien necesitas pensarlo un poquito más, y extraer el fondo, la esencia, a partir de eso que les pasa a tus personajes
  2. O bien, en el peor de los casos, no hay más cera que la que arde, y tu relato se limita a poner en movimiento a los personajes, a obligarles a actuar, a moverse, sin un objetivo de fondo, por así llamarlo.

Quizá suene un poco tonto decirlo, pero os aseguro que obedece a una necesidad observada empíricamente en muchos de los textos que caen en mis manos: toda narración debe tener un tema de fondo.

Un tema esbozado de antemano, en nuestra planificación. Lo que significa que hemos tomado la decisión de hablar/pensar sobre algo con nuestras historias. El tema de nuestras narraciones es lo que les da una corriente de significado interno que mantiene cohesionado el contenido, lo que nos facilita que todo resulte coherente.

No me refiero a que los textos tengan una moraleja, o moralina, o un objetivo adoctrinador, ni nada de eso. Me refiero, insisto, a que hablen de algo, a que exploren algún concepto más allá de que James Bond desmonte el tinglado de tráfico de armas del malo maloso de turno. El amor, la soledad, la vida, la envidia, la cólera y sus efectos, el miedo, la pérdida, las enfermedades venéreas… Se trata de dar una carga de profundidad, de contenido a nuestras historias, más allá de la pura acción.

El tema es ese regusto que se queda en el paladar después de leer la aventura. Es lo que nos mueve a reflexión y, con algo más de suerte, a emocionarnos.

Por supuesto, no es necesario ponerlo en palabras, ni por el narrador ni por los personajes. Es más, debería estar prohibido enunciar el tema de la historia en voz alta.

El tema es más bien como un faro: está ahí, para que lo pinte Hopper, en lo alto del acantilado. La luz que emite no nos vale para iluminar el camino que tenemos delante, no para evitar los tropiezos de la marcha. Su luz nos sirve para que sepamos que caminamos en la dirección adecuada, para ayudarnos a trazar el rumbo hasta nuestro destino, sin perdernos, ni alejarnos demasiado, ni estrellarnos contra las rocas.

Mantener en mente el tema del que queremos escribir evita que nuestros personajes se distraigan de sus conflictos y tomen derivas peligrosas.

Sí, ya sé: es súper guay cuando estamos escribiendo y un personaje sale por peteneras. Y demuestra que tiene vida propia, toma decisiones, se demarca de nuestros designios, y bla bla bla. Que nuestros personajes se pongan creativos, lo que pasa a menudo cuando escribimos, puede tanto aportar cosas buenas, como arruinar nuestras narraciones.

La pregunta que hay que ser capaz de hacerse cuando esto sucede es: ¿me aleja esta novedad del camino que había trazado? ¿Se sale del tema?

Si la respuesta es NO, y todo se mantiene dentro de la linea coherente, avanti!

Y si la respuesta es , mi recomendación es que anotes la idea en ese cuaderno que todo escritor debe tener a mano, pues puede ser un germen excelente para otra historia, y que continúes escribiendo tu novela.

Pero, a lo que iba: nuestros relatos deben hablar de algo, explorar algún concepto más o menos profundo; alguna idea que quizá, con suerte, pueda aportar algo al lector, más allá del puro entretenimiento, de la intriga, o de la emoción.

Espero explicarme bien: no se trata de que por obligación debas desarrollar una tesis doctoral, filosófico-existencial-judeomasónica-carpetovetónica en tus historias. No es eso.

Se trata de que tus relatos tengan más enjundia, que no sean algo parecido a esas conversaciones sobre el tiempo o sobre la crisis que mantenemos en los ascensores.

Créeme: si te lo digo es porque es dolorosamente frecuente encontrarse con textos que, en realidad, no hablan de nada. Y estos, my friend, no son más que una pérdida de tiempo, de recursos, etc. Y además nos dejan esta cara

y nos provocan arrugas y otros desastres.

Pues eso.

Corto y cambio.

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LA ESTRUCTURA DE LA NOVELA I

Habíamos empezado a hablar del estilo y de los personajes, y nos faltaba el tercer pilar fundamental de nuestras novelas: la estructura.
La estructura es la distribución y orden de las partes de algo (DRAE).
Los lectores, —tú también te habrás dado cuenta— agradecemos un montón que los textos presenten cierto orden. Para empezar, la distribución del material de la novela en partes, capítulos, escenas; prólogo, epílogo, etc., o estructura externa, facilita la comprensión de lo que leemos. No te digo nada de lo que facilita el trabajo a la hora de escribir.
Merece la pena dedicar un tiempo a trazar la estructura, por básica que sea, antes de sumergirnos en la escritura. Pero, evidentemente, cuando hablo de dedicar tiempo a pensar en la estructura, no me refiero a pensar en cuántos capítulos va a haber o cómo se van a titular. Me refiero a algo más profundo, o interno.
A lo me refiero es que hay pensar qué vamos a contar, y/o qué queremos contar con nuestra historia.
La primera división, por todos conocida, que hace referencia a la estructura de un texto es el famoso planteamiento, nudo, desenlace. Ya Aristóteles en su Poética habló de esto. Si dividimos nuestras historias en tres actos, veremos que se corresponden a esta división primaria: el primer acto es el planteamiento, donde sentamos las bases del relato; el segundo acto suele servir para desarrollar el nudo (y arranca con el primer punto de giro, te lo digo para que te vaya sonando); y en el tercer acto se suele recoger lo acaecido en el nudo, de modo que nos conduzca al desenlace.
Bien. Ni que decir tiene (¿o tal vez sí?), que todo esto corresponde a un esquema clásico de novela. Las formas de la posmodernidad han tratado de superar este esquema y de encontrar en la ausencia de estructura —historias fragmentarias, sin planteamientos, ni nudos, ni desenlaces, ni argumentos premeditados, en teoría— una nueva estructura. Si lo logran o no, es otra historia.

La pregunta del millón ahora es:
…pero, planteamiento, nudo y desenlace ¿de qué?
Y aquí es cuando se hace necesario hablar de las tramas.

Nuestras historias se componen de una secuencia de acontecimientos, que arrancan con un planteamiento y terminan con el desenlace: el final, the end. En función del tipo de relato que queramos contar, esta secuencia encerrará más o menos acción. A dicha acción pura, para entendernos, la llamaremos argumento.
En un esquema compositivo clásico, la estructura principal de la novela, (argumento, hilo conductor, o trama principal) la formarán la secuencia de acciones que realiza, o en las que se ve envuelto, el personaje principal y que componen una historia. Estas acciones constituyen un esqueleto que da forma a la novela.
En las novelas de acción, la trama principal será más abundante. Es decir, si nos pusiéramos a contar palabras, la mayor parte de estas narrarían las acciones que envuelven al prota.
En las novelas cuyo objetivo no es tanto contar una historia de acción, sino promover la reflexión, crear una impresión estética, etc, veremos a los personajes envueltos en palabras que no impliquen tanta acción. A todo esto, a la corriente de significado que subyace a la historia “principal” y que narra la evolución interna, psicológica, emocional, del personaje la llamamos subtrama emocional o trama secundaria. (Ojo, no confundir con historia secundaria).
La estructura de la novela, ese hilo conductor que induzca al movimiento de los personajes, suscite sus conflictos y sus deseos, espolee sus acciones, suele depender en primera instancia de la trama principal.
Por pocas que haya, y someras que sean, son las acciones de los personajes —organizadas de modo que cuenten una historia—, las que soportan y dan estructura a la novela.
Cuidado: somera no quiere decir débil, ni es un presentador de la tele. atrapapeq

Somera quiere decir liviana. Por poner un ejemplo harto conocido: mojar una magdalena en una taza de té es una acción somera; desembarcar en las playas del Normandía el día D podría considerarse una acción un poquito menos somera. Y, sin embargo, esa acción de la ultrafamosa magdalena da sostén argumental a un monstruo enorme de subtrama emocional.
Ya sé que he simplificado todo demasiado, pero espero que me hayas comprendido. Si no lo has hecho, quizá sea porque necesitas leer a Proust, En busca del tiempo perdido, Vol I: Por el camino de Swann.

Así pues, yo si fuera tú y quisiera empezar a definir la historia que quiero contar en mi novela, empezaría a pensar cuál va a ser la trama de acciones o trama principal, qué va a pasar, con la clara intención de conformar con estas acciones una estructura sólida de la que poder colgar todo el resto de elementos que hacen que las novelas valgan la pena (descripciones, reflexiones, historias de amor, sexo y masoquismo, soflamas políticas, recetas de cocina, etc).
(Esto es un poco en broma, por si todavía no te habías dado cuenta: ya os sermonearé con qué cabe y qué no cabe en una novela).

Ahí va un ejemplo muy de moda: un clásico ejemplo de trama principal son las pesquisas del detective de la novela policíaca-negra en pos de aclarar quién mató al cadáver que hemos presentado en el planteamiento. Mientras él investiga, su vida sigue y podemos contar cómo se enamora de la sospechosa buenorra, cae en sus redes; pero comprende al final que necesita una vida buena, así que renuncia a la buenorra y vuelve con Mari Carmen, su novia de toda la vida… Los tópicos son útiles a menudo para explicar la realidad.

Quizá, llegados a este punto, te estés preguntando cuántas acciones hacen falta para conformar este esqueleto. De eso hablaremos en la siguiente entrada sobre la estructura, pero te adelanto que al menos necesitas tres: los tres puntos de giro.

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¡BUENAS NOTICIAS, ESCRITOR!

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En los tiempos que corren no es fácil que nos den buenas noticias, y menos todavía si eres escritor. Que si los libros no se venden, que si nadie lee más allá de 120 caracteres; que si solo publican los presentadores de televisión, que si la abuela fuma… Poner el telediario se convierte en un deporte de riesgo. Sin embargo, tal día como hoy, y a pesar de que estamos en septiembre, vengo a darte una buena noticia, sobre todo si quieres convertirte en escritor; si ya lo eres, es mejor que dejes de leer, porque ya te habrás dado cuenta tú solo de lo que voy a decirte y estarás muy ocupado…

¿Estás preparado?

Bueno, allá va:

Un escritor no se aburre nunca

 

¿Cómo se te queda el cuerpo? ¿Esperabas otra cosa, del tipo: conozco un multimillonario que busca convertirse en tu mecenas; o el Ministerio de Cultura va a crear chorrocientas becas anuales de creación para escritores?
Si te has quedado decepcionado te invito a que te detengas a pensar un momento en esto, que en realidad es un pensamiento revolucionario que puede cambiar tu vida.

Vale, lo mismo me he puesto estupenda con eso de revolucionario, pero te aseguro que sí que es algo que puede cambiar tu vida.
Ya te habrías dado cuenta de ello a estas alturas, si en tu fuero interno te consideras un escritor (aunque te mueras de vergüenza de decirlo en voz alta): la vida es la materia de la que se nutren las novelas. Todo está en la realidad. Los cerebros prodigiosos recogen esas percepciones nuestras de cada día, las mezclan, las rumian sin querer, las devanan. Si consiguen dejar de navegar por Internet, se sientan a trabajar y nos ofrecen esas maravillosas novelas, o relatos, cuya lectura consigue cambiarnos, hacernos creer por un momento que somos otros o que podríamos serlo; o que estamos en otro lugar, en otras pieles.
Ahí lo tienes: el misterio a tu alcance. Las ilimitadas costumbres, gestos, conductas, situaciones que viven los seres a tu alrededor cada día, a cada momento. Tus propias percepciones, reacciones, conductas ante la forma de actuar de los demás contigo. Todo es materia para la imaginación, y objeto del interés de un escritor.

Si quieres aprender a escribir hay que aprender a mirar primero. A escuchar. Qué dichos o gestos de tu suegra te cabrean más. Cuántas veces repite tu cuñado la palabra “yo”. Cómo la abuela mantiene su propia conversación aparte, eterna y paralela, durante la cena de Navidad, aunque hayáis cambiado de tema mil veces. Aprender a escuchar.
Si tienes la conciencia de que debes afinar la vista y el oído, de que a tu alrededor palpitan ya enteritos y con vida propia esos miles de detalles que harán de tus novelas algo excepcional, es imposible que te aburras viviendo. Lo que no quiere decir que no te vaya a tocar soportar situaciones aburridísimas. Esa es la buena noticia: incluso en esas situaciones tienes mucho con qué entretenerte. Y si no hay nada alrededor que escuchar, fisgar, espiar, etc, mírate, escúchate, espíate a ti mismo. Lo mismo te sorprendes.
Si le coges el tranquillo, a lo mejor no necesitas encerrarte en casa a jugar con la video consola o a ver la televisión. Incluso puede que tu cerebro no se quede en standby mientras tanto y veas ésta con nuevos ojos científicos. Y, sobre todo, humanos. Porque ese es el interés que late o que debe latir en tu afán por escribir: aprender sobre lo humano, mostrar cómo somos, hacer arte con la vida, convertir la vida en arte.
Es rentable y, además, es divertido.
¿Todavía no te ha pasado nunca que se echen a reír los comensales de la mesa de al lado y tú con ellos, mientras todos los de tu mesa te miran muy, muy serios?
Pues entonces es que todavía no eres escritor.

viejalvisilloTú no cuentes ná, que ya lo cuento yo en una novela

Las personas oscuras, pesadas, malignas, o sencillamente peculiares son auténticos filones; y sus conductas, guías de composición del personaje. Así que deja de chasquear la lengua con fastidio cuando te cruces con uno de estos; no hagas caso a tu ego, a quien agravia su presencia: observálo, quédate con sus detalles, con sus palabras maleducadas o egocéntricas, con sus comportamientos tontos, egoístas o incluso perversos… Ya te vengarás, ya. Tal vez creando un personaje redondo a su costa.

Es posible que, a partir de esta observación, nuestra opinión acerca del ser humano empeore, aunque si somos inteligentes es probable que nos demos cuenta de que no hay demasiada diferencia entre las manías de los demás y las propias. Es decir: que también nosotros hemos podido inspirar a algún personaje tipo Mr Scrooge, Cruella de Vil, o los Dos tontos muy tontos, en varios momentos de nuestras vidas. A lo mejor tu empatía y compasión hacia los semejantes aumente y te conviertas en mejor persona. Y así, acumularás Karma positivo y, ¿quién sabe?, quizá encuentres editor.
Pero sobre todo habrás aprendido, disfrutado del camino y le habrás dado una patada en el culo al aburrimiento. Con esto sí que puedes contar.

¿Te has aburrido con esta entrada? Pues déjame que te diga que así no vas por el buen camino.
Es broma.
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LA CONSTRUCCIÓN DE PERSONAJES (I)

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Además de la estructura y del estilo, el tercer pilar fundamental que sustenta a las buenas novelas es la construcción del personaje.

Los personajes, no descubro nada nuevo, son funciones dentro del texto. Es decir, existen porque tienen una función que llevar a cabo: servir de agentes para que podamos contar la historia. Espero que nadie se ofenda por esta visión utilitaria de estas personitas (pues terminan por tener una verdadera vida que traspasa el papel, en el mejor de los casos, y se instala en el imaginario individual o colectivo). Me parece importante que cuando planteamos una novela pensemos así.

Esto quiere decir que al igual que seguro que nos damos cuenta, por bisoños que seamos, de que es importante tener un buen argumento, sólido, en el que los cabos queden atados; al igual que somos capaces de entender que la historia debe estar bien narrada, con una buena estructura; al igual que no nos cabe la menor duda de que la prosa debe ser, cuanto menos, correcta (salvo los que con mucho cinismo apelan a la figura del corrector de estilo y se atreven a mencionar a Gabo, como ejemplo con el que compararse, que haberlos haylos) al igual que todo lo anterior, como iba diciendo, debemos entender que es vital una buena construcción de los personajes. Y no solo hacer que se muevan como locos de aquí para allá, que digan lo que el lector tenga que saber, o que les pasen desgracias o sueños de amor y lujo.

En primer lugar, necesitamos escoger un protagonista a la altura, un personaje más grande que la vida (como decía Albert Zuckerman). Y luego entender bien qué va a pasar en la novela y qué agentes tendremos que incluir para poder desarrollarla con éxito.

Aquí viene la pregunta del millón: ¿preparados?

[highlight]¿Qué es tener éxito con una novela? [/highlight](Elige una o más opciones)

  1. Ganar un importante premio literario, tipo Planeta.
  2. Ganar un importante premio literario, tipo Nobel.
  3. Conseguir un contrato con un agente literario de esos que sacan las uñas por ti y te alojan en su casa y te hacen hasta la comida y la cama para que puedas concentrarte en escribir.
  4. Vender mogollón de libricos y forrarse.
  5. Salir en las tertulias de la tele, por polémicos, descarados, pornográficos o porque nos metemos con la monarquía, con la Iglesia, etc.
  6. Que los críticos serios te pongan de moda y ganes premios de esos sin dotación, y todos digan que ya tienes un hueco en el [typography font=»MedievalSharp» size=»24″ size_format=»px» color=»#e60712″]CANON[/typography] .
  7. Conseguir que te publiquen.
  8. Lograr que la mayoría de los lectores que empiecen su lectura lleguen hasta el final sin esfuerzo y hasta con ilusión.

Yo he marcado la 5.

Es broma.

Para mí la primera de todas, desde el punto de vista del que quiere ser un buen escritor (aunque también quiera ser otra cosa: tertuliano, por ejemplo, o Rockefeller), es la opción 8.

 Os la repito:

[quote]“Lograr que la mayoría de los lectores que empiecen su lectura lleguen hasta el final sin esfuerzo y hasta con ilusión”[/quote]

Éxito es conseguir crear lo que John Gardner (gurú de gurúes en lo que a escritura creativa se refiere, y de quien hablaré mucho; pero mucho, casi más si hubiera sido mi novio) llamaba el sueño de la ficción. Seguro que lo has sentido: eso que se produce con las buenas novelas, que desde las primeras palabras te sumerges en la historia sin que nada pueda sacarte de ella mientras lees. E incluso luego, cuando estás en el trabajo y no puedes dejar de pensar en el prota y en su conflicto, y estás deseando regresar a casa y enganchar el libro.

A eso me voy a referir aquí cuando hable de triunfar con una novela.

¿Significa esto que todo lo demás, lo del Planeta, el Nobel, el canon, el sálvame, etc., está mal o me parece mal? Pues claro que no. Es más: diría que en muchas ocasiones los que han llegado a lo anterior es porque, por h o por b, han conseguido escribir alguna novela que de esas que no podemos soltar.

 ¿Tú también te has dado cuenta de que me he ido de tema? Estaba hablando de los personajes. Para escribir una de esas novelas lapa hay que elegir buenos personajes.

Los buenos personajes son aquellos que resultan necesarios y convenientes para contar nuestra historia. Deben reunir las características adecuadas para resultar verosímiles en el papel que les demos. Por ejemplo, si en un golpe de gracia se te ocurre la idea de un jovencito que adquiere superpoderes porque le pica una araña radiactiva, lo que le transformará en un superhéroe dispuesto a salvar a la humanidad, aún a costa de su propia vida, este jovencito tendrá que demostrar desde el principio que puede ser valiente, heroico, generoso, audaz, etc. Ojo que he subrayado eso de que puede ser, porque el personaje puede no serlo del todo en el comienzo, y sí al final: el cambio del personaje es uno de los elementos fundamentales de toda buena novela. Pero aunque narrar este cambio sea casi nuestro objetivo, la potencialidad para el mismo debemos construirla desde el principio, a través de indicios. Hablaremos más, mucho más, de esto.

Entonces, y para ir al grano, para dar un par de pinceladas en cuanto a la creación de personajes, diré que si queremos tener éxito con nuestra novela tendríamos que pensar entre otras cosas en:

  • Un/a prota carismático, con un conflicto poderoso e interesante, o una posición interesante con respecto al conflicto principal. Con sus virtudes y defectos, una biografía verosímil que lo sustente, un deseo y algunas contradicciones.
  • Una colección de secundarios vivos, construidos con las pinceladas justas y necesarias; conscientes de su función, que sean útiles para nuestra historia antes que para nuestro ego/capricho. Aunque si pueden satisfacer a ambos, mejor que mejor, que tampoco estamos aquí para sufrir.

 Continuará…

¿Tienes dificultades con tus personajes? Déjame un comentario.

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ESCRIBIR UNA NOVELA: la planificación

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¿Qué pensabas? ¿Que uno se sienta, pone los dedos en marcha, y la novela sale sola, sin pensar? ¿Sí? Lamento ser la aguafiestas de turno, pero no creo que esto suceda con demasiada frecuencia, salvo a esos que dan asco. Y menos todavía cuando empezamos a escribir.

Cuando somos bisoños, y todavía no sabemos muy bien cómo va esto de montar una novela, trazar un diseño previo resulta imprescindible. Nos ayuda a ordenar las ideas, a delimitar lo que queremos que aparezca, a organizar los acontecimientos con coherencia para no meter la pata (con repeticiones, o con olvidos, por ejemplo). Además, nos ayuda a conocer mejor la historia y los personajes; a interiorizarla, para que luego brote más fluida la escritura. El fruto final de la planificación de la novela es el mapa de la misma: la sinopsis por capítulos. Esta nos ayuda a organizar el material narrativo por orden de presentación en la novela (que no tiene por qué ser el cronológico: hablaremos de ello). El resultado es una guía que resulta muy eficaz para que comprobemos el equilibrio global de nuestra novela, pero sobre todo, para que sepamos qué tenemos que escribir después.

Créeme: es muy desesperante terminar un capítulo, sentarte al día siguiente, lleno o llena de ilusión, con la música de Rocky en nuestra cabeza, y encontrarte a los diez minutos con que no tienes ni idea de por dónde seguir escribiendo. Otras veces lo que ocurre es que nos sentamos llenos de energía a escribir y lo que habíamos pensado que duraría un capítulo entero nos ocupa dos párrafos (también hablaremos de cómo espesar un argumento). ¿Y ahora qué? Teníamos la intuición de que, conforme escribiéramos, los personajes cobrarían vida y nos indicarían el camino, pero los muy ca***es no han dicho nada: esa magia de la que todos los escritores hablan no ha funcionado. ¿Pero no campaban por sus respetos los personajes y, poco menos, que decidían ellos qué pasaba? Entonces empieza la ronda de autopreguntas y los pensamientos flagelantes, del tipo: nunca serás un escritor; Pero ¿qué esperabas ……… —rellena con tu nombre—?, ¿que serías capaz?; Será mejor que aprenda a hacer punto, que al final al menos tendré un jersey…

También sucede que la conciencia se pone en marcha y nos recuerda todas esas actividades importantísimas, urgentísimas que es vital que hagamos antes que continuar con nuestra novela: limpiar los azulejos del cuarto de baño (incluso blanquear los intersticios); coserle el dobladillo al baby de la niña; empezar a leer el Ulises de Joyce, ¿cómo pretendo ser un escritor sin haberlo leído?; comprar un bolso nuevo o llamar a la abuela. ¿Te suena?

Superar el desaliento lleva más trabajo que sentarse a pensar sobre lo que queremos escribir. También es verdad que esto es un buen filtro para las verdaderas vocaciones. La selección natural actúa en este momento y es aquí cuando los escritores verdaderos tiran de cabezonería. Si son listos, en lugar de volver a darse testarazos contra la misma pared, dedicarán algo de tiempo a trazar, al menos, algunas líneas maestras para su historia.

Dibujar esa especie de mapa que es la sinopsis por capítulos, nos ofrece la posibilidad de recurrir a él en los momentos en los que la escritura se atasca, o se extravía por recovecos que hacen que perdamos el sentido y el objetivo de la narración. Te aseguro que cuando empezamos a escribir esos momentos pueden ser numerosos. A veces nos ponemos creativotes y creemos incluso que meter un extraterrestre en nuestra novela victoriana es un ejercicio experimental de p*** madre con el que pariremos un nuevo género. Este entusiasmo suele ceder pronto y la lucidez regresa. El peligro es que entonces, aburridos y exasperados, abandonemos la absurda idea, ¿en qué estaría yo pensando?, ¿escribir una p*** novela?

Cuando no tenemos experiencia en escribir novelas lo más lógico es que partamos de un plan previo, que hayamos pensado y anotado de qué vamos a hablar, qué necesitamos narrar, dónde y cuándo.

Seguro que has oído hablar de la distinción escritores de mapa o escritores de brújula. Los primeros son los que preparan de forma más o menos exhaustiva la planificación de la historia antes (y/o durante) de empezar la escritura. Los segundos son los que, a partir de una idea germinal (un personaje con un conflicto; una frase potente de comienzo; un desenlace…) tiran del hilo al mismo tiempo que escriben. La propia historia les orienta hacia el desenlace. Creo que solo se puede ser escritor de brújula y obtener buenos resultados cuando ya se tiene cierta experiencia o cuando somos de esos que dan asco.

Los demás mortales necesitamos tomar notas y sentarnos a pensar qué queremos contar y cómo lo vamos a hacer. En función de tu personalidad, de qué tipo de escritor seas, serás más o menos detallado con esta planificación. A veces el cuaderno que dedicamos a las notas de la planificación abulta más que la novela en sí. Otras veces tomamos esas notas, llenamos por completo ese cuaderno y no las volvemos a releer jamás. ¿Significa eso que hemos perdido el tiempo al diseñar? [button link=»http://www.youtube.com/watch?v=2ZubtDWbxeE» bg_color=»#2b6e9e» window=»yes»]Pincha para oir la respuesta[/button]

Al pensar y escribir esos pasos hemos conseguido conocer mejor la historia que late en nuestras cabezas. Se trata de eso. Al final, toda la información debe de estar bien asimilada en nuestros cerebritos para que la escritura surja fluida, de una pieza. Y para que seamos auténticos.

 Como bienvenida al blog os ofrezco un pequeño regalo. Si te suscribes a mi newsletter, recibirás lo que he llamado “Guía rápida para empezar a escribir una novela”. En ella encontrarás resumidos de una forma gráfica y clara los aspectos, en mi opinión, fundamentales para que traces un diseño básico de tu historia y que puedas arrancar con la escritura.

No lo dudes, ¡suscríbete! No tienes nada que perder.

 ¿Y tú que opinas? ¿Mapa o brújula? Cuéntanoslo en un comentario. Y si te ha gustado la entrada, ¡compártela!

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EL ESTILO I: 10 arreglos exprés para el estilo de tus narraciones

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En la entrada anterior, el maestro Mallorquí afirmaba que toda narración tiene tres pilares fundamentales: la prosa, la estructura y los personajes. Por supuesto, tiene más razón que un santo. Con esta entrada inauguro una serie en la que abordaremos distintas cuestiones sobre el estilo de nuestras novelas y/o relatos, con la intención de mejorarlos (claro está).

Empiezo por aquí por una razón práctica: un texto regular mejorará mucho solo con pulir los defectillos de prosa más evidentes. Incluso puede convertirse en pasable después de quitar la morralla.

La razón es un misterio para mí (tengo pendiente investigar sobre ello), pero cuando empezamos a escribir todos solemos caer en los mismos vicios de estilo. Es curioso. Los fallos de principiante en la escritura de narrativa abarcan muchos otros aspectos, pero los más llamativos quizá son los que afectan al estilo de la prosa. Habrá que preguntarle a Iker Jiménez por qué caemos casi todos en lo mismo. Resulta de veras inquietante que, siendo como somos los escritores, por lo general, buenos lectores, no nos demos cuenta de que en los libros publicados no suelen aparecer dichos fallos. Pero vamos al grano.

A continuación te ofrezco una lista con diez de estos vicios comunes. La idea es que pases el test a tus narraciones y detectes si caes en ellos. No hace falta que te flageles después, ya te digo que nos pasa a casi todos; basta con que lo corrijas. No están por orden de importancia: los he puesto como me ha apetecido.

  1. Adverbios en mente. Un clásico entre los clásicos. Supongo que el flagrante abuso de estas palabras tan largas y tan fastidiadas de decir a veces, obedece a dos factores: el primero es un exceso de celo por matizar y explicarlo todo hasta la saciedad. El segundo es la influencia de la lengua hablada. Al hablar empleamos estos adverbios para enfatizar con una frecuencia que asusta. Fijáos a partir de ahora: ya veréis como os entra la risa. Son palabras larguísimas que lastran el ritmo de las frases y que, por lo general, no aportan gran cosa. Hay libros de estilo de algunos medios que son tajantes: “Nº de adverbios en mente permitidos en los textos=0”. Yo no diría tanto. Pero, al peso, si hay más de un par de ellos por página, yo me mosquearía. Te animo a que hagas la prueba: bórralos de tu relato y léelo en voz alta. Apostaría a que sale ganando.

  1. De repente, de pronto. Si observamos bien la realidad repararemos en que todo sucede de pronto. Cuando suena el móvil, lo hace de repente. Si suena un portazo por un golpe de viento, no le queda otra que sonar de pronto. Aunque ya supieras que has quedado con tu novia a las diez, cuando sale del metro, lo hace de pronto. Y si te descuidas, te da un susto, la j**ía. Habida cuenta de esto, creo que es mucho mejor que reservemos estas expresiones para cuando queramos trasladar de veras ese matiz de sorpresa. (Por mucho que hacer sufrir a nuestros personajes sea lo suyo, el principal objetivo de una novela, que estén al borde del infarto porque todo les pase de sopetón es una crueldad como para denunciarla a la Haya).

  1. Gerundios. En la siguiente entrada sobre estilo hablaré de ellos con mayor largueza (y me quedaré como nueva). Sólo decir que los empleamos de forma incorrecta con una frecuencia inquietante también. Así que ojo con ellos. Si relees tu relato o capítulo y detectas que los usas mucho, no quiero ser agorera, pero es posible que tengas un problema, Houston.

  1. Puntos suspensivos. Narrar requiere aserciones, incluso cuando lo que expresamos son dudas. Los signos de puntuación contribuyen a facilitar la comprensión adecuada de los textos. Los puntos suspensivos se emplean cuando interrumpimos una frase, para sustituir al etcétera en una enumeración, para significar que un enunciado está incompleto, para indicar que ha habido un instante de vacilación… Hay muchos textos en los que el abuso de este signo de puntuación resulta llamativo, incluso a la vista al echar una ojeada a la página, que parece un formulario. Si ese es tu caso, te invito a que recapacites: ¿es tu personaje el que duda, o eres tú? ¿Por qué tanto miedo a usar el punto? ¿No te parece raro que todo sea dudoso, interrumpido, incompleto, etcétera, vacilante? En muchos casos, la duda debe estar expresada en el contenido. Y en todos, todos los casos, los puntos suspensivos son solo tres (…).

Un ejemplo: ¿De verdad hay alguna diferencia de significado entre las dos oraciones siguientes? Razona tu respuesta.

“—No sé qué decirte —dijo Silvia.”

“—No sé qué decirte… —dijo Silvia.”

  1. Notar. El excesivo uso del verbo notar es otro de los signos de inexperiencia o de falta de sensibilidad verbal. Muchas veces no nos damos cuenta de que lo importante es lo que el personaje nota, y no el acto de notar en sí. La percepción es algo que sencillamente ocurre, de modo involuntario, gracias a los órganos de los sentidos. Es común que cuando al personaje se le acelera el pulso, lo que encontremos escrito sea que fulanito notó cómo su pulso se aceleraba; o que si María recibe un piropo del chico que le gusta, en lugar de ponerse roja, como nos sucede a todas, ella note como empezaba a ponerse colorada.

  1. Sobremanera. Uno de los vicios en el que todos hemos caído al empezar a escribir es querer dar un tono grandilocuente a nuestra prosa. Debe de haber un duende cab**n que nos dice al oído cuando empezamos que lo que va escrito tiene que ser solemne, y que la solemnidad requiere palabros. Es algo empírico: he observado que un síntoma claro del contagio de este virus es la aparición reiterada del adverbio sobremanera. Si en tus textos aparece con pertinacia, míratelo. Pregúntate si albergas esa falsa creencia. Y luego, piensa si Eduardo Mendoza, Salinger, Matute o Hemigway, que son los que me han venido a la cabeza ahora, no son literarios, a pesar de su escasa solemnidad.

  1. Adjetivo + sustantivo. Otro gran misterio es por qué las expresiones suenan mucho más rimbombantes cuando el adjetivo se antepone al sustantivo al que califica. Y, de nuevo, por qué lo rimbombante nos parece más literario. Como todos sabemos, hay muchas ocasiones en las que situar el adjetivo antes o después del sustantivo cambia el significado. Ok. Pero hazme caso: si compruebas que tus adjetivos tienden a colocarse siempre antes del sustantivo, prueba a ponerlos detrás. El tono se rebajará y es posible que la lectura cambie (a mejor, es la idea).

  1. Binomios y trinomios. El exceso de adjetivos es otra de las costumbres en las que caemos cuando somos principiantes. Todavía se nota más aún cuando, por sistema, a cada sustantivo le encalomamos su correspondiente adjetivo. Es común también que si cojeamos de este pie, no nos baste con añadir uno solo, o un par de ellos, cómo no, antepuestos al nombre (Ver punto 7), sino que también nos parece necesario ponerle otro después. Las azules tardes nacaradas; el dulce café caliente; el misterioso secreto susurrado. O lo que es lo mismo: el dulce y caliente café; las azules y nacaradas tardes; el misterioso y susurrado secreto. ¿Hay algo de esto en tu narración? Entonces tienes buenas razones para sospechar que es probable que sucedan tres cosas: que cualquier lector sabrá que eres principiante en el primer párrafo; que pensará que la prosa es cansina y que, entre tanto adjetivo, es posible que ya no sepa de qué estás hablando.

  1. Las muletillas, las expresiones vacías. Cada cual tenemos las nuestras, y con todo el derecho, oiga. Podemos decir lo que nos dé la gana. Pero en nuestras narraciones la cosa cambia. Se presupone una excelencia (¿oigo risas enlatadas?), quizá una intención estética, artística. Cuidado si tus personajes, cuando no pretendes que sean coloquiales, responden a menudo con giros del tipo: la verdad es que (sí/no, whatever…); ¡madre mía!; tonto no: lo siguiente; para nada; hasta donde yo sé; de alguna manera… También puedes preocuparte si detectas muchas de estas en el discurso de tus narradores. Vale, sí: las empleas como un recurso para coloquializar. Pero, ¿seguro que todas, todas, todas? (Nota: la próxima semana hablaremos de la autocrítica).

  1. Los esquemas repetitivos. Sobre todo en el comienzo de los párrafos. Vigila si cada vez que pones un punto y aparte tiendes a empezar con esquemas parecidos. Ejemplos clásicos: De pronto; Al día/tarde/noche siguiente; después de… La jugada completa, jugada Comansi: empezar por adverbio en mente o por gerundio. Estando ellos allí; Inesperadamente… 

De verdad, os lo juro: nuestras historias limpias de todo lo anterior ganan bastante.

Y por si habéis tenido poco, otras dos recomendaciones de propina, que no son de estilo exactamente, sino de técnica:

  • Saltos de tiempo verbal. Es muy común que empecemos a escribir en presente y saltemos sin darnos cuenta al pasado, para regresar al presente en cualquier momento. Lo más conveniente para que el discurso del narrador sea sólido es unificar el tiempo verbal.

  • Saltos de narrador. Otro fallo muy típico de los comienzos es que nuestro narrador en tercera persona se encuentre, de repente, convertido en protagonista y narrando en primera. Conviene definir qué narrador vamos a emplear y mantenerlo. Hay novelas polifónicas, en las que combinamos distintas voces, sí, vale, pero no a eso a lo que me refiero…

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Más adelante ya veremos más sobre qué hacer con eso. Por ahora basta con que pases el escaner a tu estilo y detectes si caes en alguno de ellos.

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